Noción: Duda y criterio de certeza
El
concepto de duda metódica.- La
regla de la evidencia exige comenzar por el ejercicio de la duda misma.
Conviene hacer las siguientes precisiones en relación a la noción cartesiana de
la duda: a) Es epistemológica, metódica y no escéptica. Descartes entra en la
duda para no caer en el error, pero siempre con la intención de salir de ahí
mediante una certeza. La duda cartesiana, pues, no es tanto un punto de
llegada, resultado del cansancio intelectual, como en el escepticismo, como un
punto de partida para encontrar después una certeza, una verdad indudable desde
la que anularla. b) No es afirmación ni negación, sino suspensión del juicio
ante la posibilidad de error; es crítica. Es una precaución que se toma. La
antigüedad tenía, por así decirlo, miedo a la ignorancia, el hombre moderno se
pregunta si los conocimientos que se han ido acumulando desde la antigüedad, no
serán, en el fondo, sino errores. Por eso, no tiene miedo a la ignorancia y sí
a algo peor: al error, al engaño. Y justamente para no errar es por lo que
entra en la duda. c) En Descartes la duda es el resultado de la aplicación de
la primera de las reglas del método, la de la evidencia. d) El fundamento de la
duda es la libertad humana. Así, si podemos dudar de algo es porque, en último
término, somos libres frente a ese algo. Toda duda, constituye un acto de
libertad. e) La duda expresa la finitud, la limitación e imperfección del conocer
y del ser humanos. En efecto, un ser perfecto no duda.
Las fases de la duda.
1. La hipótesis de la falacidad de los sentidos. Los sentidos a menudo nos conducen a error y como es prudente no confiar en aquellos que alguna vez nos han engañado: ¿por qué habríamos de creer en la información que ellos nos suministran? Efectivamente, si alguien falta a su palabra más de una vez, sería necio confiar en él: la única actitud prudente sería desconfiar de su palabra. En consecuencia, el conocimiento sensorial puede ser puesto en duda o, al menos, es posible afirmar que no es seguro que no nos engañen; por lo tanto, según el plan de la "duda metódica" de dar por falso todo lo dudoso, la información aportada por los sentidos debe ser rechazada. Este nivel de la duda metódica se presenta como una crítica al realismo epistemológico medieval que se sustentaba sobre la base de la máxima tomista: nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos.
2. La hipótesis onírica o la imposibilidad
de distinguir el sueño de la vigilia. Segundo
nivel de duda: mientras duermo y sueño las cosas se me presentan como reales;
si permanezco en vigilia las casas también se me presentan como absolutamente
reales. Entonces, ¿cómo saber, con absoluta certeza, si lo que ahora veo, oigo,
etc, es real o producto del sueño? Aquello sobre lo cual recae la duda es sobre
la existencia del mundo exterior. La hipótesis onírica representa la crítica
cartesiana a la ontología realista medieval que afirmaba la existencia de un
mundo exterior al sujeto cognoscente.
3. la hipótesis
del genio maligno. Según esta hipótesis, Descartes se pregunta si no
habrá un genio tan astuto como poderoso, que ha puesto todo su empeño en
engañarnos; que estamos en el error, incluso cuando contamos y decimos que son
cuatro los lados de un cuadrado y tres los de un triángulo. El famoso genio
maligno de Descartes es una posibilidad, no una realidad; una hipótesis no una
tesis; un artificio, un experimento mental para contrarrestar la inercia del
sentido común y probar la fuerza de cada verdad. Significa que tal vez nuestro
entendimiento está constituido de tal manera que se haya condenado a errar
siempre, como si se tratara de una máquina defectuosa produce objetos todos
ellos defectuosos.
Descartes
está sumido en la más profunda duda, pero he aquí que advierte que hay una
evidencia más cierta y segura que la evidencia de las mismas verdades
matemáticas, una certeza acerca de la cual nadie podría hacerle dudar. Esta
certeza indudable es la evidencia de su propia existencia. En efecto, puedo
dudar de todo lo que quiera, pero no puedo dudar de que existo mientras dudo.
Así, si dudo, si me engaño, si sueño, por lo menos existo, aunque sea como algo
que duda, se engaña o sueña. Para pensar, para dudar, se necesita ser, existir.
Por tanto, mi conciencia implica existencia. En consecuencia, existo como una
"cosa que piensa". Descartes expresa esa verdad con la famosa fórmula
"pienso, luego existo", que no debe ser malinterpretada, pues en ella
no encontramos conclusión alguna de ningún razonamiento, sino la intuición de
una evidencia. Esta fórmula tiene la virtud y el privilegio de conectar,
inmediatamente, el acto de pensar o de dudar, con la certeza de la existencia
como contenido necesario de ese acto. Hace surgir, a partir del movimiento
mismo del pensamiento y de la duda, y en un instante, el ser y la certidumbre:
de ahí la fuerza irresistible de su evidencia.
El
criterio de certeza.- Representa la dimensión epistemológica del cogito. De su formulación deduce Descartes el
criterio de certeza que está íntimamente ligado a las nociones de intuición y
evidencia. ¿Cuándo sabemos que hemos intuido una idea? Cuando es clara y distinta.
Conocer con claridad una idea es conocerla separada de todas las demás. Conocer
con distinción una idea es conocer diferencialmente cada uno de sus
componentes, propiedades y atributos. En este
sentido, el cogito es el modelo de toda verdad por la claridad y distinción con
que es captado, es la evidencia misma, es, en definitiva, en su vertiente
gnoseológica, el criterio de certeza mismo. Descartes
analiza su primera certeza para descubrir las notas distintivas que le servirán
de criterio para identificar otras afirmaciones verdaderas. La afirmación “Pienso,
existo” se presenta a la conciencia con "claridad" y
"distinción". Por lo tanto, serán aceptadas como verdaderas aquellas
ideas que sean claras (ciertamente presentes a la conciencia) y distintas
(no confundidas con otras ideas).
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