miércoles, 26 de febrero de 2014

Tema: La crítica de Nietzsche a los filósofos



Temas: La crítica de Nietzsche a los filósofos.

a.      La crítica a la forma expositiva de la filosofía. El discurso nietzscheano: metáforas y aforismos.

Los textos de Nietzsche constituyen una forma bastante representativa del modo de escribir de Nietzsche. Se trata de pequeños apartados, dotados de relativa autonomía, y ordenados numéricamente. En otros lugares de su obra, Nietzsche lleva al extremo esta forma de exposición, que se hace claramente discontinua; allí se expresa mediante aforismos, es decir, sentencias breves cargadas de sentido y sin ninguna conexión lógica entre sí. Y es que Nietzsche tiene una concepción fragmentaria del mundo, no lo entiende como una unidad, sino como una multiplicidad de formas y figuras que le lleva a desconfiar de todos los tratados tradicionales de filosofía-dominados por la forma de exposición continua y sistemática en los que ve un empobrecimiento y una falsificación tanto de la realidad como de la escritura, por obediencia al sistema y a sus rígidos esquemas. Con todo, los libros de Nietzsche, aunque no sean sistemáticos, siempre resultan coherentes, y, en ellos, los distintos aforismos se integran de tal manera que terminan realizando una peculiar armonía: el orden propio de las obras de arte.

            Su lenguaje es vivo y expresivo, con frecuentes imágenes, parábolas y metáforas, pues Nietzsche no sólo es un pensador, sino un escritor, uno de los grandes escritores en lengua alemana, cuyo estilo alcanza a menudo cimas de deslumbrante belleza. Sin embargo, y acaso sea esto lo más importante, las metáforas literarias, en Nietzsche, obedecen más a la filosofía que a la literatura. Es decir, las imágenes no representan, a veces, un lujo que Nietzsche se permite como escritor, sino una auténtica necesidad que experimenta como pensador: ese lenguaje, en efecto, es la única forma de expresar unas intuiciones y unos pensamientos que, formulados de otra manera, es decir, formulados conceptualmente, resultarían incomprensibles.

            El texto está escrito en un tono personal y subjetivo, que combina el ingenio y el desenfado con la ironía y el sarcasmo. En este sentido, convendrá distinguir entre crítica y polémica. En la crítica se busca la verdad objetiva y se procura refutar una idea aduciendo razones en contra; en la polémica, en cambio, las ideas pierden su valor de posible verdad y se transforman en manifestaciones vitales de los que discuten, que se descalifican entre sí apelando a cualquier cosa. Así, Nietzsche, con una frase ingeniosa, con una burla, e, incluso, con un insulto, despacha aquellas doctrinas que no comparte, sin perder el tiempo en refutarlas mediante argumentos. Esto, que divierte a unos lectores, irrita a otros, y cabe entenderlo como la máscara de una seriedad más profunda, de un convencimiento tan serio que rechaza entrar en el juego de las distintas razones.     

b.      La crítica a la metafísica tradicional: ontología y epistemología. Parágrafo 1. Primera idiosincrasia de los filósofos.

            Nietzsche se enfrenta a la tradición filosófica occidental y la acusa -adviértase la gravedad de esta acusación- de haber falsificado la realidad, de haber mentido acerca del ser de las cosas. Lo que caracteriza a los filósofos es: su falta de sentido histórico, su odio a la noción de devenir. La premisa fundamental de la filosofía ha sido la siguiente: lo que es no deviene; lo que deviene no es. De ahí que en el plano epistemológico hayan privilegiado a la razón frente a los sentidos, estos últimos nos engañan con respecto al mundo verdadero. 
           
            Nietzsche por el contrario afirma que la realidad, el ser es, dicho metafóricamente, "vida", esto es "multiplicidad y cambio, diversidad y movimiento". Con esto se sitúa frente a la tradición filosófica que ha defendido la siguiente contraposición: el mundo real o verdadero, el mundo del ser, de la unidad y permanencia de las cosas / el mundo aparente, falso, ilusorio o engañoso, del devenir y de la multiplicidad.

            Nietzsche aborda la cuestión epistemológica como consecuencia de su tesis anterior: "la razón es la causa de que nosotros falseemos el testimonio de los sentidos, Mostrando el devenir, el perecer, el cambio, los sentido no mienten...el mundo verdadero no es más que un añadido mentiroso..."
           
            Para reivindicar el valor de la sensibilidad Nietzsche se apoya en el hecho de la ciencia se ha constituido como tal gracias a "que nos hemos decidido a aceptar el testimonio de los sentidos", aunque arguye otra razón: que la realidad aparezca como problema a tratar. Con el primer criterio despacha como no ciencias a la metafísica, teología, etc.; con el segundo, a la lógica.

c.    Segunda idiosincrasia de los filósofos. En el Parágrafo 4, Nietzsche enuncia la segunda idiosincrasia de los filósofos: "consiste en confundir lo último y lo primero". (Desarrollada en las nociones).

d.   Tercera idiosincrasia de los filósofos. El fetichismo del lenguaje.

Según nuestro autor, hay que presentar de otro modo el problema del error y de la apariencia: el hombre tiene que caer en el error necesariamente, ya que es su razón, el lenguaje, quien falsifica la realidad. En efecto, la metafísica es víctima del fetichismo del lenguaje. Esto significa la creencia, ingenua pero que afecta al pensamiento filosófico, de que algo ya existe por el mero hecho de que hay una palabra que lo nombra; como si las palabras, por tener sentido, tuviesen también referencia. Y es que el lenguaje posee un poder de sugestión, el mágico poder de otorgar aparente realidad a las significaciones de sus signos. Las palabras, de este modo, son como fetiches: irradian una fuerza que parece trascender o rebasar lo lingüístico, una fuerza orientada a persuadirnos de que ellas siempre hacen referencia a cosas efectivamente existentes. Sin embargo, ninguna palabra puede garantizar la existencia de aquello que nombra.

            Pero el lenguaje, no sólo transforma simples palabras en aparentes entidades, sino que, además, dota a las cosas de una falsa unidad y permanencia. El lenguaje con su capacidad de generalización parece confirmar el carácter supuestamente unitario de las cosas; y toda cosa, aunque cambie realmente, como no cambia su nombre, parece quieta, por obra del lenguaje y su capacidad de fijación.

            Según Nietzsche, a partir de la palabra "yo" se crea el concepto de sustancia, de la sustancia yo, del sujeto, y, a partir de éste, por un mecanismo de proyección, se crea el resto de las cosas u objetos. Las categorías con que la metafísica intenta comprender la realidad, como sustancia y accidente, son, pues, una proyección de simples distinciones gramaticales, como sustantivo y adjetivo.
           
Por eso dice Nietzsche que el error acerca del ser, tal como fue formulado por Parménides de Elea, tiene a favor suyo el lenguaje, es decir, cada palabra, cada frase que se pronuncia. Y por eso concluye Nietzsche que no podremos deshacernos de Dios mientras sigamos creyendo en la gramática, mientras seamos víctimas del fetichismo del lenguaje.

e.                  ¿Qué motivos han tenido los filósofos para proceder a semejante inversión de las cosas, a semejante falsificación de la realidad?

En opinión de Nietzsche, el miedo y el odio. En efecto: el ser, en su multiplicidad y movimiento, aparece ciertamente como rico y atrayente, sin variedad y sin cambio caeríamos en un tedio total. Pero, por otro lado, esa misma multiplicidad y movimiento, tomados en serio, pensados a fondo, muestran el ser como problemático y terrible. Así la idea de multiplicidad es muy dolorosa porque relativiza el carácter pretendidamente absoluto de nuestras cosas -valores, creencias, elecciones, estilo de vida-; es más: a la luz de esta idea, se desintegra la dimensión supuestamente unitaria de cada cosa, cuya unidad aparece ahora como resultado de una burda generalización, de una simplificación operada a partir de la infinita complejidad de lo real. Por su parte, el cambio, el movimiento nos hablan de la inestabilidad y caducidad de todas las cosas , tanto naturales como culturales, cuyo triste destino es dejar de ser. Además, si lo superior es, efectivamente, un producto de lo inferior, caen por tierra todos los intentos de fundamentar lo menos valioso en lo más valioso, y, en particular, las ilusiones que el hombre se hace respecto de su propio origen.

            El mundo, pues, infinitamente múltiple, sometido a un constante cambio, constituye una especie de abismo o caos, que produce vértigo y angustia al ser humano, y ante el cual retrocede el filósofo lleno de cobardía, pretendiendo refugiarse en la ficción consoladora de un mundo dotado de unidad y permanencia, de un mundo donde lo superior tenga más fuerza y poder que lo inferior.

            Sin embargo, a juicio de Nietzsche, el filósofo no se limita a huir de la realidad, sino que, mediante un mecanismo de defensa, transforma su miedo en odio, en odio dirigido contra la vida. Entonces da rienda suelta a su resentimiento, a su deseo de venganza, proclamando como verdades las clásicas fórmulas mentirosas de la filosofía, a saber, las dos idiosincrasias mencionadas anteriormente.

            Por el uso que hace de estas mentiras, la tradición filosófica es decadente, pesimista e, incluso, nihilista. En efecto, según Nietzsche, resulta decadente todo aquel que es incapaz de soportar la experiencia del ser, entendido como vida, es decir, como multiplicidad y movimiento; el decadente no tiene, por tanto, el valor de asumir la condición problemática y terrible de la realidad. La decadencia que es siempre un postura negativa aparece, primero, como pesimismo, una actitud propia de espíritus débiles, que se quejan de la vida, por injusta y cruel, que lamentan la fragmentación caótica y el cambio incesante de las cosas. Pero, la decadencia, culmina con el nihilismo cuando los filósofos pasan a negar, como propiedades reales, la multiplicidad y el cambio, atribuyendo al ser caracteres que no tiene, caracteres que le son contrarios, como la unidad y la permanencia. Naturalmente, se trata aquí de un nihilismo inconsciente y oculto, porque el filósofo habla en todo momento del ser, pero, en verdad, lo piensa en unos términos que tienen más que  ver con la nada.

            De forma original y profunda, Nietzsche considera el arte trágico como antítesis de la actitud decadente. Porque mantiene, contra la opinión corriente, que la concepción trágica del mito no es pesimista. De la tragedia se desprende, por el contrario, una vigorosa afirmación de la vida, pues enseña que siempre hay que decir , incluso a lo más doloroso. A pesar del sufrimiento y del patetismo que presenta la tragedia, ofrece un mensaje positivo de plena confianza en la vida.

Noción, los conceptos supremos y Dios



Nociones. Los conceptos supremos y Dios.
-Texto en el que se inspira directamente esta noción
La otra idiosincrasia de los filósofos no es menos peligrosa: consiste en confundir lo último y lo primero. Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final ‑¡por desgracia! , ¡pues no debería siquiera venir!- los "conceptos supremos", es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora. Esto es, una vez más, sólo expresión de su modo de venerar: a lo superior no le es lícito provenir de lo inferior, no le es lícito provenir de nada... Moraleja: todo lo que es de primer rango tiene que ser causa sui [causa de sí mismo]. El proceder de algo distinto es considerado como una objeción, como algo que pone en entredicho el valor. Todos los valores supremos son de primer rango, ninguno de los conceptos supremos, lo existente, lo incondicionado, lo bueno, lo verdadero, lo perfecto -ninguno de ellos puede haber devenido, por consiguiente tiene que ser causa sui. Mas ninguna de esas cosas puede ser tampoco desigual una de otra, no puede estar en contradicción consigo misma... Con esto tienen los filósofos su estupendo concepto "Dios"... Lo último, lo más tenue, lo más vacío es puesto como lo primero, como causa en sí, como ens realissimum [ente realísimo] ... ¡Que la humanidad haya tenido que tomar en serio las dolencias cerebrales de unos enfermos tejedores de telarañas! -¡Y lo ha pagado caro!... (…) (El texto accesorio que utilizaremos pertenece a la Gaya ciencia)

-Desarrollo de la noción
La segunda idiosincrasia de los filósofos

Nietzsche enuncia la segunda idiosincrasia de los filósofos: "consiste en confundir lo último y lo primero".

             Según Nietzsche, en la realidad lo superior es siempre un producto de lo inferior y debe explicarse a partir de lo inferior. ¿Qué quiere decir con esto? Pues, por ejemplo, que hay que explicar al hombre como evolución del animal, y esto es una explicación materialista de lo superior por lo inferior, y no como una creación de Dios, siendo esta una explicación idealista de lo inferior por lo superior. Del mismo modo habría que explicar a Dios como invención del hombre y no desde sí mismo.

            Además la tradición filosófica ha establecido la siguiente contraposición: superior=anterior / inferior=posterior. En palabras de Nietzsche: "Ponen al comienzo, como comienzo, lo que viene al final -¡por desgracia!, ¡pues no debería siquiera venir! -los conceptos supremos, es decir, los conceptos más generales, los más vacíos, el último humo de la realidad que se evapora."

            Los filósofos, así, confundiendo, a juicio del autor, lo primero con lo último, siempre han explicado los conceptos supremos y los valores como causa de sí mismos, como algo que no podía proceder o resultar de cosas consideradas por debajo de tales conceptos o valores, cuyo prototipo sería el concepto de Dios: "lo último, lo más tenue y vacío, ha sido puesto por la filosofía como lo primero, como causa en sí...".

Dios y el nihilismo.
En la Gaya ciencia, Nietzsche proclama que “Dios ha muerto”. El concepto supremo ha dejado de ser operativo en el ámbito de la ciencia, la moral, la política y dela vida. Ahora, es caracterizado como “lo más tenue, lo más vacío…”
Nietzsche piensa la época moderna a la luz de este acontecimiento transcendental, no localizable de manera simple en la historia, en una fecha y en lugar concreto, pero sin el cual no puede entenderse esa misma época moderna: la "muerte de Dios", es decir, el ateísmo.

Para el autor, la "muerte de Dios" es el suceso más importante de la historia; tiene tal magnitud que divide la historia en dos, inaugurando un acontecer superior a todo lo ocurrido hasta ahora. Pero, según Nietzsche, el hombre todavía no se ha puesto a la altura de su hazaña, todavía no es consciente del alcance de ese acontecimiento; si captara su significado, el mismo y su mundo quedarían, sin duda, transformados.
            Para Nietzsche, el teísmo es una forma de nihilismo (Nihilismo latente). Los valores que se inspiran en Dios, en el ser entendido como unidad y permanencia, tal y como es pensado por la ontología clásica, son valores falsos y mentirosos. El ser, Dios, es nada, es la nada divinizada, una máscara de la nada, un espejismo en el desierto de la nada. Estos valores, encubren, según Nietzsche, Nihilismo.
Con la expresión "muerte de Dios", Nietzsche no se refiere directamente al hecho natural de la no existencia de Dios, tampoco se refiere al hecho psicológico de la no creencia en Dios (el loco no dice: "Dios no existe" o "No creo en Dios"); con esta expresión se nombra un suceso de carácter histórico cultural. En efecto, exista o no exista Dios, lo cierto es que, durante la Edad Antigua y Media, como idea y como creencia, Dios vivía en la conciencia y en el corazón de los hombres, hallándose presente, de alguna forma, en todas las manifestaciones de la cultura. En el mundo moderno, por el contrario, con la creciente autonomía de las distintas teorías y prácticas humanas respecto de cualquier norma teológica-religiosa, Dios ha dejado de vivir, "Dios ha muerto".

            Por eso, porque se trata no de un simple hecho natural que se comprueba o descubre (la ausencia o inexistencia de un ser llamado "Dios"), ni de una mera creencia psicológica que se supera sin más (como sucede en el caso de un adolescente que deja de creer en los personajes de los cuentos infantiles(, sino de una acción realizada por el hombre, de un acontecimiento ocurrido en el despliegue activo de la historia y la cultura humanas, el texto presenta la "muerte de Dios" como un crimen violento, como un verdadero asesinato llevado a cabo por nosotros.

            Ahora bien, hay distintas formas de vivir el ateísmo. El ateo humanista, por ejemplo, niega la existencia de Dios por entender que la idea filosófica de Dios y la creencia religiosa en El son los grandes obstáculos que impiden, por una parte, que el hombre se encuentre a sí mismo, que se realice como hombre, en razón y en libertad, y, por otra, que se reconcilie con el mundo, que llegue a mantener con el mundo una auténtica y satisfactoria relación. A juicio del ateo humanista, la negación de Dios tendrá la virtud de unir al hombre consigo mismo y con su verdadera patria y morada, este mundo que es el único.

            El ateísmo nihilista o nietzscheano profundiza en el significado de la muerte de Dios hasta constatar las implicaciones que ésta tiene para el hombre y para el mundo. En opinión del ateo nihilista, el hombre, cuando comprende que Dios no existe, lejos de encontrarse a sí mismo y de relacionarse satisfactoriamente con el mundo, está condenado a destruirse y desaparecer, o a volverse loco como expresión del sinsentido y desorden introducidos po resta idea, siempre que la piense en serio, hasta el final. Por otra parte, el mundo, al margen de Dios, lejos de convertirse, como pretende el ateísmo humanista, en un paraíso terrenal a disposición del hombre, en una casa hecha a medida del ser humano, se transforma en un caos absurdo y terrible.

            El ateo nihilista considera que una misma y profunda lógica une las nociones de hombre, mundo y Dios. Por tanto, si una de ellas cae por tierra, ha de arrastrar, en su caída a las otras dos.

            El ateo humanista no cree en Dios, pero cree en el hombre y también en el mundo. Así, sobre estas dos creencias, intenta levantar una especie de muro de contención contra toda reflexión negativa y pesimista sugerida por la idea de que Dios no existe.

            El ateo nihilista no cree en nada, ni en Dios, ni en el hombre, ni el el mundo. Pues Dios era el ser por excelencia, y si el no existe entonces los seres quedan a merced de la nada, en poder de las potencias de la nulidad, como el tiempo y la muerte.

            En este sentido la postura del ateo nihilista resulta:

            a. más religiosa y mística en su punto de partida, porque aunque sea para suprimirlo, se toma a Dios en serio al entenderlo como única garantía de cualquier clase de orden -metafísico, intelectual, moral.
            b. más consecuente en su punto de llegada, ya que extrae con coherencia todas las consecuencias que, para el hombre y para el mundo, se siguen de rechazar semejante significado.

            Y hay que hacer un esfuerzo por entender bien esto. Dios siempre ha significado la promesa de que la vida, la verdad y la justicia triunfarían finalmente sobre la muerte, la mentira y la injusticia. Ahora bien, si Dios no existe, habrá que renunciar a estas esperanzas, que aparecen ahora como vanas ilusiones. Pero entonces será muy díficil escapar a la conciencia del absurdo y sinsentido del mundo, a pesar de que los distintos humanismos, en un intento de darle sentido a la existencia, prometan la mejora y la felicidad de la humanidad a través del progreso social, científico, moral y artístico.

            En el texto de la Gaya ciencia, el ateo nihilista está representado por ese hombre loco que busca a Dios en medio de la plaza, con una linterna encendida en plena luz del día.

            Nietzsche recrea aquí, por cierto, una famosa anécdota, que nos cuenta la tradición filosófica, según la cual, Diógenes, el cínico, se presentó con un candil en la plaza pública pregonando que buscaba al hombre y pasando de largo ante los que allí concurrían.

            El delirio del loco aparece como la consecuencia inmediata en el hombre de comprender que Dios ha muerto. Sin embargo esta demencia significa cosas opuestas. Por un lado es la pérdida de la razón, la degradación del hombre como tal. Por otro, supone, para el hombre, el acceso a una situación casi sagrada: adquirir un estado de lucidez y de plenitud espiritual semejante al de los dioses o, al menos, en comunicación con lo divino.

            El caos, la desintegración del orden cósmico, es por una parte, el efecto inmediato de la muerte de Dios, un efecto rigurosamente equivalente, respecto del mundo, al efecto de la locura en el hombre. De hecho, locura y caos son nociones casi definibles entre sí. La primera supone un especie de caos mental, la segunda, una locura cósmica. El trastorno de todas las referencias, el movimiento errático, la aparición de la nada infinita, del vacío, del frío, representan la imposibilidad para el hombre de relacionarse con el ser, la verdad y el bien, al margen de Dios.

            Nietzsche es nihilista. Se declara nihilista. Pero no debe confundirse este nihilismo con el que Nietzsche crítica y combate. Este último es un nihilismo pasivo y decadente, que sólo conduce a la nada. El nihilismo de Nietzsche es activo y ascendente, la negación está al servicio de una afirmación superior.  Por eso si  Nietzsche rechaza los valores e ideales de la tradición filosófica reduciéndolos a la nada, no es para quedarse ahí, sino para afirmar positivamente, a continuación, toda una serie de nuevos valores e ideales, aquellos que se derivan del Sí a la vida.