Alma y
cuerpo constituyen los dos elementos que remiten a la dimensión ontológica y
epistemológica del cogito. Descartes define la sustancia como aquello
que no necesita de otra cosa para ser o existir. Así, distingue tres
sustancias: res cogitans, res extensa y
res infinita. Según la definición, la única sustancia sería la res
infinita o Dios pues es la única que existe por sí. No obstante, por analogía,
considera que es lícito hablar de las otras dos como sustancias. Descartes
emplea como sinónimos las palabras substancia y cosa (res): la substancia es lo
concreto existente, lo propio de la substancia es la existencia, pero no
cualquier forma de existencia, sino la existencia completa: no necesita de nada
más que de ella misma para existir (salvo de Dios). Y opera como los geómetras
al definir la substancia: construye la definición de un modo totalmente a
priori (como se construye la definición del círculo, por ejemplo). De esta
definición se seguirá que sólo Dios es substancia, puesto que las criaturas
necesitan de Dios para existir (Dios da la existencia -y luego la conserva- a
todas las criaturas). Pero una substancia finita no necesita, para existir, de
ninguna otra substancia finita: el alma, por ejemplo, no necesita del cuerpo
para existir; de aquí se sigue, el dualismo cartesiano.
El yo (Res
cogitans). En la “cuarta parte” del Discurso,
después de aceptar la evidencia del "cogito"
como el «primer principio de la
filosofía…”, Descartes prosigue su análisis examinando qué es el yo que
se descubre en el "cogito":
«conocí que yo era una sustancia cuya
esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita para ser de lugar
alguno, ni depende de cosa alguna material». El mundo, el propio cuerpo,
están aún sometidos a la duda: no sabemos aún con seguridad nada de ellos. Y el
yo queda reducido a razón, a pensamiento, de tal forma que tal vez, afirma, «si cesase por completo de pensar, cesara al
propio tiempo por completo de existir». El yo es pensamiento puro, es
una "res cogitans", una sustancia pensante. Y de momento no
podemos saber nada más acerca del hombre: la existencia del alma se vuelve más
evidente, más fácil de conocer que la del cuerpo. El alma es, pues, res cogitans: una substancia finita cuyo
único atributo o esencia es el pensamiento (juzgar, razonar, querer, imaginar,
sentir; todos ellos actos conscientes: pensamiento y conciencia tienen la misma
extensión; no hay lugar en el cartesianismo para el inconsciente).
El mundo (Res extensa). Ya no nos queda más que demostrar o deducir
la existencia del mundo material, del cual, de momento, aún hay que dudar. La
esencia de las cosas materiales no puede ser otra que la extensión geométrica.
En efecto, las cualidades sensibles son oscuras y confusas, sin embargo, la
extensión la concebimos «muy clara y
distintamente». Así, podemos imaginar la extensión sin cualidades
sensibles, pero no podemos pensar estas cualidades sin la extensión. La
realidad externa queda caracterizada como "res extensa", de modo que la física reducida a
geometría. El cuerpo (cualquier cosa material) es extensión: la extensión es su único
atributo o esencia. Los modos propios del cuerpo son fundamentalmente, la
figura y el movimiento (y reposo).
En cuanto al
modo de conocer las sustancias, Descartes acepta la subjetividad de las
cualidades secundarias. Hay muchas cosas que hacen que la percepción de los
sentidos sea oscura y confusa. Pero todo lo que percibimos clara y
distintamente en las cosas corporales, lo relativo a la extensión y el
movimiento, están verdaderamente en los cuerpos (cualidades primarias). Las
cualidades secundarias no sabemos con qué se corresponden exactamente, sólo
sabemos que hay algo en los cuerpos que excita en nosotros esas ideas. De este
modo, Descartes plantea una visión geométrica del mundo corpóreo pues sus
cualidades pueden ser cuantificadas. Este es el mundo de la ciencia moderna.
El dualismo ontológico expresado anteriormente
genera uno antropológico (Dimensión antropológica del cogito): el ser humano se estructura en dos
principios irreductibles entre sí, uno de naturaleza espiritual o alma (res
cogitans) y otro de naturaleza material o cuerpo (res extensa). Ahora bien,
¿qué relación cabe establecer entre ambos?
La relación que mantiene nuestra alma o mente con nuestro propio cuerpo es
una relación peculiar, distinta a la que mantiene con el resto de los cuerpos.
Nos dice que no podemos entender esta relación como la que existe entre un
piloto y su nave. La nave es algo exterior al piloto por lo que el conocimiento
de lo que ocurre en el barco lo tiene el piloto como lo tiene del resto de cosas
físicas. Sin embargo, no experimentamos nuestro cuerpo de la misma manera, pues
las modificaciones que éste sufre las sentimos “desde dentro”. Por eso nos dice
que el alma se extiende a lo largo de todo el cuerpo, aunque exista también un
lugar privilegiado en donde parece concentrarse y en donde propiamente conecta
el alma y el cuerpo: el cerebro y particularmente la glándula pineal. Descartes
admite que el alma y el cuerpo se relacionan causalmente (cambios en el cuerpo
producen cambios en el alma, cambios en el alma producen cambios en el cuerpo).
Así, La concepción ontológica de Descartes es de carácter mecanicista ya que defiende que la realidad, o una parte de ella, puede ser comprendida y explicada apelando exclusivamente a dos principios: la materia y el movimiento local. El mecanicismo concebiría la realidad como "cuerpos en movimiento". A partir de Descartes, el término mecanicismo se define, también, como la teoría según la cual, la Naturaleza misma no es más que una máquina, o bien que la estructura y el funcionamiento de la Naturaleza es comparable al de una máquina. En la antigüedad, Demócrito de Abdera defendió una concepción mecanicista de la realidad. En la época moderna, Descartes, Hobbes, Newton, D'Holbach y La Mettrie adoptaron posturas mecanicistas, con diferentes matices en cada caso. Las características básicas de toda teoría mecanicista son las siguiente: el movimiento se produce por contacto, y merced a la llamada causalidad eficiente o antecedente; el cambio que sufre el objeto no obedece a una intención o finalidad del propio objeto; el cambio se produce necesariamente: dadas las leyes de la Naturaleza y los elementos y peculiaridades del cuerpo que cambia, el cambio que sufre dicho cuerpo es inevitable. El mecanicismo es determinista, niega la posibilidad de la libertad. La teoría filosófica contraria al mecanicismo es el finalismo o teleología.
Ahora bien, el alma escapa al
determinismo que afecta a la Naturaleza y al cuerpo humano. El alma es libre,
es decir, se sustrae al mecanicismo imperante en el resto del mundo, y que
afecta también a los animales.
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