domingo, 9 de marzo de 2014

Noción: el arte trágico y lo dionisíaco



Nociones.
El arte trágico y lo dionisíaco. (v/s la filosofía racionalista)

Texto en el que se inspira directamente esta noción
Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo "verdadero" y en un mundo aparente", ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la decadence, -un síntoma de la vida descendente... El hecho de que el artista estime más a la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues a la "apariencia" significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico no es un pesimista, ‑dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco...”.
Desarrollo de la noción

Para los antiguos griegos, Dionisio era una divinidad protectora de la vida y símbolo del placer (fiestas y vino), el dolor y la resurrección, es el inspirador de la locura ritual y el éxtasis. Es el dios de la agricultura y el teatro. Fue él quien enseñó a los hombres a cultivar la vid y a fabricar el vino. Moría cada invierno y resucitaba en la primavera y con él renacían también los frutos de la tierra. Para celebrar su resurrección se organizaban grandes fiestas con rituales orgiásticos. Contrastaba con Apolo, dios del sol, que simbolizaba la armonía, el orden y la razón. Sin embargo, los griegos pensaban que las cualidades de los dos eran complementarias: los dos dioses son hermanos.

Aristóteles sostenía que la tragedia griega se desarrolló a partir del ditirambo, himnos corales en honor al dios Dionisio al que no solamente alababan, sino que a menudo contaban una historia. Se cree que fue creada en el siglo VI a.C. por el poeta ateniense Esquilo, que introdujo el papel de un segundo actor, aparte del coro. Las obras se comenzaron a representar en festivales en honor de Dionisio. El festival más importante, las Grandes Dionisíacas, tenía lugar en Atenas durante cinco días de cada primavera. Para esta celebración los grandes dramaturgos griegos Esquilo, Sófocles y Eurípides escribieron sus magníficas tragedias. Las historias están basadas en su mayoría en mitos.

La tragedia es una historia en la que personajes nobles se enfrentan a conflictos provocados por pasiones humanas que desembocan en un desenlace fatal. Según Nietzsche la tragedia se basa en un desbordante sentimiento de vida y de fuerza, dentro del cual el mismo dolor actúa como estimulante. Se abandona la individualidad, se acepta el destino, con lo que se adquiere la sensación de la plenitud de la vida. Es la vida regocijándose al sacrificar a sus tipos más altos, no para purificarse, sino para afirmar el eterno placer del cambio.
Nietzsche pone en evidencia el contraste entre dos elementos principales de la tragedia: por un lado lo dionisiaco (la pasión que experimenta el personaje) y por otro lo apolíneo (la sabiduría y la justicia que es el elemento racional simbolizado por el dios Apolo). Contraste que es la base de la némesis, el castigo divino que determina la caída o la muerte del personaje.
Los griegos sabían que la vida era terrible, inexplicable y peligrosa, pero no se entregaban al pesimismo. Podían eludirlo de dos formas:
Cubriendo la realidad con un velo estético creando un mundo ideal de proporción y de belleza. Esta es el arte apolíneo, que en la
Grecia antigua se expresaba en las artes épicas y plásticas. La otra posibilidad es afirmando y abrazando la existencia con toda su oscuridad y sufrimiento. Ésta es la actitud dionisíaca y sus formas artísticas peculiares son la tragedia y la música.
Para Nietzsche la cultura griega entró en crisis cuando Eurípides intentó eliminar de la tragedia el elemento dionisíaco en favor de elementos morales, eliminando para ello el coro. La clara luminosidad de la vida se transformó en la superficialidad de la razón cuyo máximo representante es Sócrates. Toda la filosofía posterior, resumida en las tres idiosincrasias: Ser frente a Devenir, Superior e Inferior y fetichismo del lenguaje, es la expresión de esta crisis. La respuesta de Nietzsche apostará por una filosofía vitalista del devenir y una inversión de los valores presidida por el nihilismo y el superhombre.

Noción: los sentidos y el cuerpo



Nociones: los sentidos y el cuerpo
Texto
"Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el engañador? ‑"Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie], de la mentira, ‑la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad: todo él es "pueblo". ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! ‑ ¡Y sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable "idéefixe" [idea fija] de los sentidos!, ¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso imposible, aun cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera real!..." 
Desarrollo de la noción
La dicotomía ontológica (mundo verdadero/mundo aparente) genera una dicotomía epistemológica (razón/sentidos) y moral (moral contranatural/moral natural). Frente a la opción tradicional definida por la línea: mundo verdadero, razón, moral contranatural (cristiana), Nietzsche plantea la línea vitalista: mundo aparente (único mundo existente), sentidos (cuerpo) y moral natural, basada en el cuerpo y los instintos. El único mundo, sometido al devenir, es vitalmente accesible a través de los sentidos, del cuerpo. La tarea del superhombre es, precisamente, la transmutación de todos los valores, es decir, la construcción de una nueva moral. Este no es, desde luego, la raza aria, ni la bestia rubia de los nazis, ni una especie de supermán americano: no es el hombre actual superdimensionado, sino aquel capaz de sumergirse en el fondo dionisíaco de las cosas, en la multiplicidad y en el devenir. Es aquel capaz de soportar, sin enloquecer, la muerte de Dios. No está claro si es una esperanza, algo por venir, o una realidad que existe de forma oculta y que sólo espera el momento idóneo para manifestarse.

Nietzsche propugna, pues, una alternativa a la moral tradicional, una transmutación de todos los valores. La referencia ya no será el alma o la razón, sino el cuerpo, lo sensorial, la vida sometida a la multiplicidad de formas y al cambio. Los sentidos no nos engañan como había sostenido la filosofía tradicional. La moral tradicional cristiana, una moral de la resignación y de desprecio del cuerpo, una moral de esclavos, del rebaño, debe ser sustituida por una moral natural aristocrática basada en la voluntad de poder y no de sometimiento.

Así, a la noción de culpa opone la de inocencia. Frente a los conceptos de arrepentimiento y perdón, opone el olvido. Contra la compasión, defiende la necesidad de dureza y de crueldad inclemente con los parásitos, con aquellos que no aman y que, sin embargo, viven del amor. Frente a la moral plebeya de la igualdad, predica una moral aristocrática de la diferencia, basada en la distancia infinita y eterna que existe entre hombre y hombre; esta es una moral natural, y no contranatural ; una moral de la pasión, y no de la razón ; una moral de verdaderos individuos, y no del rebaño ; una moral de señores, y no de esclavos, una moral jerárquica, y no niveladora ; una moral, en definitiva, que no es sino la autodisciplina de una voluntad poderosa orientada a la creación de nuevos valores.
           
Nietzsche afronta el tema de la moral desde el punto de vista del psicólogo que sospecha y recela que tras los grandes valores se encuentra siempre la bajeza. De esta forma la conciencia moral no sería sino la interiorización del instinto de crueldad; en el ascetismo ve la única salida que le queda al degenerado que es incapaz de imponerse a sí mismo equilibrio y degeneración; en las virtudes ve defectos y vicios encubiertos, el refinamiento de bajas inclinaciones y malas pasiones: la generosidad no es más que vanidad, la gratitud es servilismo, la lealtad y la fidelidad no son más que pereza, la humildad es orgullo refinado, etc. La moral cristiana expresa el odio mortal a la vida, la impotente voluntad de poder de los débiles, el resentimiento de los enfermos, la rebelión de los esclavos y, en definitiva, el espíritu de venganza de los fracasados contra lo sin individuos que son grandes, fuertes, nobles y triunfantes. Este movimiento contranatural y diabólico comienza con el judaísmo y alcanza su plenitud con el cristianismo, que es una moral de esclavos, una religión no del amor sino del odio, del odio a la vida.