miércoles, 16 de enero de 2013

Leer, analizar y comentar el texto de Helena Matute. Actividad para todos los cursos

El pensamiento crítico hay que cultivarlo, Helena Matute - 30/11/2012
Helena Matute es catedrática de psicología experimental de la Universidad de
Deusto.

Existen dos modos de pensamiento. Uno es racional, crítico, lento y terriblemente
costoso. El otro es automático, inconsciente, emocional, rápido, intuitivo, pero también
muy vulnerable y sujeto a errores. Este último módulo viene instalado de fábrica en el
cerebro humano y actualizado con la última versión, se ha desarrollado y pulido sin
descanso durante millones de años de evolución de las especies. El otro, el racional, es
demasiado joven aún, no se ejecuta de manera automática y tiene muchos agujeros que
necesitamos ir parcheando.

El módulo emocional y automático es el que nos permite salir corriendo a escondernos
sin necesidad de pensarlo cuando oímos un ruido extraño en la noche. Es el que nos
empuja a invertir en casas no cuando el sector inmobiliario está barato, sino cuando está
disparado en precios y todo el mundo quiere comprar una segunda y hasta tercera
vivienda (algo que, si lo analizamos en modo racional, veremos que no tiene sentido,
pero no es el modo racional el que usamos por defecto). Es también el que nos permite
rechazar automáticamente un alimento que hemos asociado, quizá inconscientemente,
con un malestar gástrico. Aunque racionalmente sospechemos que posiblemente sea
erróneo el diagnóstico que estamos haciendo, la mera visión de ese alimento nos
producirá náuseas si lo hemos asociado con el malestar. Pero este módulo de
pensamiento tan falible es también el que nos ha permitido sobrevivir al ayudarnos a
evitar alimentos potencialmente tóxicos sin necesidad de pensarlo, algo que resultaría
lento, costoso y a veces letal.

Es también este modo de funcionamiento automático el que nos permite recuperar en
una milésima de segundo toda la esencia de la infancia perdida al saborear un trocito de
magdalena mojada en té, como aquella que tomábamos cuando niños y que tan
magistralmente supo devolvernos Marcel Proust. Es, en definitiva, el mismo módulo
que permite al perro de Pavlov predecir qué sonidos irán seguidos de alimento y cuáles
pueden ser ignorados. O, lo que es lo mismo, es el que indica ante qué estímulos
procede salivar o modificar parámetros corporales o rememorar infancias perdidas con
toda su carga emocional, y quizás hormonal, y ante cuáles es mejor no hacer nada.
Pero, como estamos viendo, este módulo es también muy incierto, muy intuitivo y
acostumbra a cometer muchos errores, a modificar parámetros fisiológicos a veces ante
meros placebos, a hacernos salir corriendo ante peligros que no son tales o a rechazar de
vez en cuando alimentos que no suponen amenaza alguna. Ante la duda se decide, sin
pensarlo dos veces, por la opción que generalmente presenta menos riesgo. Conlleva
menos riesgo normalmente rechazar un alimento inocuo que ingerir uno tóxico o que
pensarlo durante largo tiempo. Esta estrategia ha tenido, como es lógico, mayor valor de
supervivencia. Por eso predomina. 

Es también, este modo automático de pensamiento, el que empuja a las palomas -y a las
personas- que participan en experimentos psicológicos a desarrollar la superstición de
que es, por ejemplo, moviendo la cabeza hacia la derecha -o colocándose un amuleto-
como consiguen la comida o el premio. Esa recompensa está programada de antemano
para ocurrir independientemente del comportamiento del sujeto, tal y como sucedería,
por ejemplo, con la danza de la lluvia y las remisiones espontáneas de determinadas
dolencias en situaciones naturales. Tanto en el caso de la paloma que acaba
desarrollando la superstición de que son los saltitos hacia la izquierda lo que causa la
entrega de comida como en el del humano que acaba creyendo que teclear 456 es lo que
hace que aparezca el premio en un videojuego experimental, es en realidad la mera
coincidencia entre ese comportamiento y la ocurrencia del resultado deseado lo que
propicia la instauración de la creencia supersticiosa y de la ilusión de estar controlando
el entorno.

Y, sí, decíamos que existe también otro tipo de pensamiento. Pensamiento racional,
lógico, crítico, correcto. Es el que un robot y un científico darían por bueno. Pero es
muy costoso y muy cansado. Requiere pensar, pararse, analizar ventajas e
inconvenientes, ver el mismo problema desde varios ángulos. Requiere esfuerzo,
tiempo, energía. Ni siquiera el científico, cuando sale de su trabajo y llega a casa, puede
mantener conectado ese modo de pensamiento; necesita poner el piloto automático para
poder tomar decisiones rápidas cuando ve la tele con los niños, prepara la cena, decide
el coche que comprará el sábado mientras suena el teléfono y amenaza tormenta.

No, el pensamiento crítico y racional no viene instalado de fábrica, y eso es lo más
importante que debemos recordar. Hay que preocuparse de instalarlo y configurarlo
adecuadamente a base de mucho aprendizaje, muchas lecturas y mucho esfuerzo
consciente. Y hay que actualizarlo a diario, porque no es el pensamiento crítico el
sistema operativo por defecto de la mente humana, ni está pulido por el uso y por la
evolución como lo está el modo automático y emocional de funcionamiento mental. El
módulo racional, no nos olvidemos, es una conquista muy reciente, necesitamos
acordarnos de mantenerlo conectado y de actualizarlo a diario. Para que no nos entren
muchos virus de esos que atontan la mente.