viernes, 13 de febrero de 2015

HUME TEMAS



(1) David Hume: la crítica de la metafísica

CRÍTICA A LA IDEA DE CAUSA.

El conocimiento de hechos y la idea de causa.

Aplicando el criterio epistemológico establecido por Hume, el conocimiento de hechos queda limitado a las impresiones actuales (lo que ahora vemos, oímos…) y a los recuerdos (ideas) actuales de impresiones pasadas (lo que recordamos haber visto, oído,…), pero no puede haber conocimiento de hechos futuros, ya que no poseemos impresión alguna de lo que sucederá en el porvenir (es imposible tener impresiones de lo que aún no ha sucedido).           
Ahora bien, aunque del futuro no tenemos experiencia, en nuestra vida contamos constantemente con que en el futuro se producirán ciertos hechos. Por ejemplo, si ponemos un recipiente de agua al fuego, contamos con que se calentará. Pero, ¿cómo podemos estar seguros de que el agua se va a calentar? Según Hume, estamos seguros de que el agua se va a calentar porque el fuego es la causa de que el agua se caliente (efecto). Es decir, todos nuestros conocimientos sobre cuestiones de hechos se basan en la relación causa-efecto.

Causalidad y “conexión necesaria”

¿Cómo entendemos la relación causa-efecto cuando pensamos que el fuego es la causa y el calor el efecto? H. observa que esta relación se concibe erróneamente como una conexión necesaria (que no puede no darse). Esto quiere decir que el tipo de relación que se establece entre causa y efecto no puede ser ocasional sino necesaria. Así, cuando afirmamos que A es la causa de B, es porque pensamos que siempre será y ha sido así. Por tanto, creemos saber cómo serán los acontecimientos futuros porque entre causa y efecto existe una conexión necesaria, es decir, dada la causa inevitablemente se producirá el efecto.

Crítica de la idea de conexión necesaria.

            Aparentemente el problema de conocer acontecimientos futuros está resuelto con la idea de conexión necesaria entre causa y efecto. Pero si aplicamos el criterio de verdad de Hume, observamos que no hay ninguna impresión de esta idea de conexión necesaria. De los fenómenos sucesivos, uno de los cuales es causa del otro, sólo percibimos la sucesión de ambos, pero no percibimos la conexión necesaria. Por ejemplo, lo que nosotros percibimos es el fuego por una parte, y por otra que los objetos situados junto al fuego se calientan, pero nunca hemos observado que haya una conexión necesaria entre estos dos hechos. La conexión entre ellos es algo que suponemos, pero que no podemos comprobar. No existe ninguna impresión de la que pueda derivarse la idea de conexión necesaria.

            La idea de conexión necesaria al no provenir de una impresión, no es una idea verdadera. Esto significa que nunca vamos a saber lo que va a ocurrir en el futuro. Del futuro no podemos tener certeza, sino solo creencia y suposición. Todos creemos que si ponemos algo sobre el fuego se calentará. Sabemos esto por el hábito o costumbre de observar como siempre que ocurre lo primero, ocurre lo segundo, es decir, el hábito se forma al observar repetidamente la sucesión de dos fenómenos, pero que entre ambos exista una conexión necesaria es una suposición no verificable. .

LA CRÍTICA A LA IDEA DE SUSTANCIA: yo, Dios y mundo.

            Hemos visto que, según Hume, todo nuestro conocimiento se reduce a impresiones e ideas; nuestro entendimiento al conocer está  completamente limitado por o las impresiones, de tal modo que nos impide abordar cuestiones puramente abstractas; y entre las más abstractas está  el problema de la sustancia. La sustancia es un concepto fundamental para la filosofía tradicional desde Aristóteles. Sin embargo, a dicho concepto  no le corresponde ninguna impresión.

            H. no hace ninguna concesión, como otros empiristas menos coherentes (Locke, Berkeley): a nuestra idea de sustancia: de Yo, de Mundo, de Dios no corresponde impresión alguna. La palabra "sustancia" sólo designa un conjunto de percepciones particulares unidas por la imaginación; por tanto, el concepto clave de la metafísica carece de valor. Ningún argumento filosófico puede demostrar su existencia. En la práctica, piensa H., esto no es realmente grave pues para vivir bastará  con creer en su existencia.
El mundo

            Locke justificaba la existencia del mundo distinta de la mente diciendo que la realidad extramental es la causa de nuestras impresiones.

            H. no puede aceptar esta afirmación, porque la realidad no es una impresión más, sino que está más allá de las impresiones. Yo lo único que puedo afirmar es que "tengo una impresión", pero no puedo afirmar que a mi impresión corresponda una realidad exterior. La realidad está más allá de las impresiones. Si la afirmo, estoy deduciendo una cosa de la cual yo no tengo impresión alguna. Por tanto, lo único que podemos afirmar con rotundidad es que tenemos impresiones, pero no podemos conocer más allá de éstas. Sobre la existencia de los cuerpos en el mundo exterior, por tanto, lo más adecuado, ya que no podemos conocer con rigor su existencia, será  suponer su existencia. Para saber si las impresiones que tengo referidas al mundo exterior se parecen a los objetos externos deberían presentarnos al mismo tiempo los originales (mundo exterior) y las copias (impresiones que tengo del mundo exterior), lo cual es inconcebible. Al ver la montaña en el horizonte podemos suponer que existe no sólo en nuestras impresiones pero, en sentido estricto, sólo podemos suponer su existencia. Afirmarla, sería ir más allá  de nuestras impresiones, que son el límite del conocimiento humano. No podemos concebir  cómo son los cuerpos con independencia de nuestras impresiones. Todo lo que conocemos está en nuestra mente, ¿cómo podemos saber lo que hay fuera de ella? Sólo podemos suponerlo. Tal suposición es suficiente para vivir. La imposibilidad para conocer la existencia del mundo exterior no conlleva su negación, sino la creencia en éste auspiciada por la constancia y coherencia de las impresiones que tengo de éste.
Dios.
            H. no niega la existencia de Dios, pero sí la posibilidad de demostración de su existencia. Las razones para oponerse a dicha posibilidad son dos:
            1) La idea que tenemos de Dios es la de una sustancia infinita con todas las perfecciones. Ahora bien, si aplicamos el criterio de validez de Hume, nos tenemos que preguntar de qué impresión puede derivar esta idea de perfección infinita. Según H. es evidente que, siendo nuestras impresiones puntuales y concretas, resulta difícil que podamos tener una impresión de infinito, ya que ella misma habría de ser asimismo infinita. Por lo tanto, la idea de sustancia infinitamente perfecta se queda sin impresión que la legitime, y hay que concluir que no existe ningún tipo de conocimiento de Dios.                       2) Tradicionalmente se ha intentado demostrar la existencia de Dios fundamentándose en el principio de causalidad, por ejemplo, la Vía de la Causalidad de Tomás de Aquino. Los acontecimientos en la naturaleza han sido concebidos como efectos de una Causa Primera, que es Dios. Pero en dicho argumento descubre H. dos puntos falaces: primero, ninguna percepción tenemos de la naturaleza y mucho menos de su orden de funcionamiento; y segundo, carece de valor aplicar el principio de causalidad más allá  de nuestras impresiones y como Dios no es objeto de impresión alguna, es imposible demostrar su existencia.
            Ahora bien, si la existencia de un mundo distinto de nuestras impresiones y la existencia de Dios no son racionalmente justificables, ¿de dónde vienen nuestras impresiones? Hume responderá  sencillamente que no lo sabemos ni podemos saberlo: pretender contestar esta pregunta es querer ir más allá  de nuestras impresiones y eso es imposible en el  ámbito del conocimiento. En religión es agnóstico.

El yo.

            Tanto Descartes como Locke habían afirmado la realidad del "yo" como sustancia. Su existencia se intuye con evidencia. En el propio acto de pensar, de querer, de amar,... se capta de manera indudable el propio yo. Ahora bien, esto no es así para H. Este pensador sigue fiel a sus principios epistemológicos: todos nuestros contenidos cognoscitivos se reducen a impresiones e ideas; por tanto, la cuestión será: ¿tenemos alguna impresión o alguna idea de nuestra identidad personal, de nuestro yo? No. Luego el yo resulta imposible de conocer. El yo no es ninguna impresión sino aquello que se supone como sujeto desde el que tienen lugar nuestras impresiones.
            Nuestras impresiones no son constantes, sino variables, sin embargo, tendemos a pensar que el yo, la identidad personal es algo constante. Pero, sin embargo, una impresión sucede a otra: siento dolor, después siento tristeza, después alegría,...Nunca existen todas al mismo tiempo, sino que se suceden. Por tanto, no hay una impresión constante y permanente. Sin embargo, nuestra identidad personal debería ser permanente. En consecuencia, no existe el yo como sustancia distinta de las impresiones. El yo viene a ser como un conjunto de impresiones e ideas en perpetuo flujo y movimiento que imaginamos unidas entre sí.
            La cuestión, entonces es: ¿Cómo podemos explicar la conciencia que tenemos todos de nuestra propia identidad? Por ejemplo, yo soy el mismo que esta mañana estaba en casa, que ahora estoy en clase, etc. H. lo explica con la memoria: gracias a ella conocemos la conexión existente entre las diferentes impresiones que se suceden; el error consiste en que confundimos sucesión con identidad.
            H. termina comparando al yo con un teatro en el que las distintas percepciones (los distintos actores) se suceden unos a otros, entran, salen y se mueven de mil maneras diferentes, pero con la peculiaridad de que no sabemos exactamente en qué lugar se representa, es decir, sin escenario.
            Esta concepción del yo es coherente con sus principios radicales sobre el conocimiento, pero el propio H. se dio cuenta de que su explicación no es plenamente satisfactoria, lo que le llevó a una actitud resignadamente escéptica.



(2) Tema: la experiencia como origen del conocimiento

A diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del conocimiento, el empirismo tomará la experiencia como la fuente y el límite de nuestros conocimientos. Ello supondrá la crítica del innatismo, es decir, la negación de que existan "ideas" o contenidos mentales que no procedan de la experiencia. Cuando nacemos la mente es una "tabula rasa" en la que no hay nada impreso. Todos sus contenidos dependen, pues, de la experiencia. En el caso de Hume, la experiencia está constituida por un conjunto de impresiones, cuya causa desconocemos y, estrictamente hablando, no debe identificarse con "el mundo", con "las cosas".
Por otra parte, el empirismo no es sólo una actitud respecto al origen del conocimiento; es también una toma de posición frente a los límites de éste. En efecto, para el empirismo el conocimiento humano, que empieza inevitablemente por la experiencia, no debe nunca rebasar los límites de ésta, pues sólo en ella se encuentra el fundamento de su validez. En la experiencia está el fundamento y la raíz de todo. No sólo la ciencia, también la ética, el derecho y hasta la religión se verán forzados, violentados para constreñirse a los límites propios de la experiencia sensible.
         Para el empirismo, la experiencia es sinónimo de percepción (o mejor, del cúmulo de percepciones), tanto de la percepción externa como de la percepción interna.
      La percepción externa nos permite el conocimiento del mundo exterior y la percepción interna el conocimiento de nuestra propia vida psíquica. Así pues, las dos tesis características del empirismo son:
·       la experiencia es el origen de nuestro conocimiento;
·       la experiencia es también su límite.
      Los elementos básicos que forman el conocimiento humano son las sensaciones pues nuestro conocimiento comienza con la experiencia, es decir, sólo podremos conocer aquello que se muestre en nuestra experiencia, no lo que esté más allá de ella.
Todos los empiristas aceptaron la primera tesis citada más arriba: no existe en nuestra mente un conocimiento del mundo anterior al trato o experiencia que tenemos de él, la mente es como un papel en blanco; de este modo negaron el innatismo en el conocimiento (lo contrario precisamente del racionalismo).
En cuanto a la segunda tesis, o afirmación de que nada que no se ofrezca en la experiencia puede ser conocido, las posiciones de los empiristas de esta época fueron distintas: Locke aceptó la posibilidad de alcanzar realidades que están más allá de la experiencia, tanto las relativas al alma y Dios como las relativas a la existencia del mundo material. Berkeley consideró posible el conocimiento de las substancias espirituales, pero negó la existencia del mundo material. Hume fue el filósofo más coherente al mostrar que si aceptamos el valor de la experiencia como criterio de verdad y llevamos hasta el final esta tesis, sólo podemos creer que existen nuestras propias percepciones, por lo que debemos negar la posibilidad de conocer el mundo físico, Dios y el alma humana, y concluir en un punto de vista claramente fenomenista.


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