(1) David
Hume: la crítica de la metafísica
CRÍTICA
A LA IDEA DE CAUSA.
El
conocimiento de hechos y la idea de causa.
Aplicando
el criterio epistemológico establecido por Hume, el conocimiento de hechos
queda limitado a las impresiones actuales (lo que ahora vemos, oímos…) y a los
recuerdos (ideas) actuales de impresiones pasadas (lo que recordamos haber
visto, oído,…), pero no puede haber
conocimiento de hechos futuros, ya que no poseemos impresión alguna de lo
que sucederá en el porvenir (es imposible tener impresiones de lo que aún
no ha sucedido).
Ahora
bien, aunque del futuro no tenemos experiencia, en nuestra vida contamos
constantemente con que en el futuro se producirán ciertos hechos. Por ejemplo,
si ponemos un recipiente de agua al fuego, contamos con que se calentará. Pero,
¿cómo podemos estar seguros de que el agua se va a calentar? Según Hume,
estamos seguros de que el agua se va a calentar porque el fuego es la causa de
que el agua se caliente (efecto). Es decir, todos
nuestros conocimientos sobre cuestiones de hechos se basan en la relación
causa-efecto.
Causalidad
y “conexión necesaria”
¿Cómo
entendemos la relación causa-efecto cuando pensamos que el fuego es la causa y
el calor el efecto? H. observa que esta relación se concibe erróneamente como
una conexión necesaria (que no
puede no darse). Esto quiere decir que el tipo de relación que se establece
entre causa y efecto no puede ser ocasional sino necesaria. Así, cuando
afirmamos que A es la causa de B, es porque pensamos que siempre será y ha sido
así. Por tanto, creemos saber cómo serán los acontecimientos futuros porque
entre causa y efecto existe una conexión
necesaria, es decir, dada la causa inevitablemente
se producirá el efecto.
Crítica
de la idea de conexión necesaria.
Aparentemente el problema de conocer
acontecimientos futuros está resuelto con la idea de conexión necesaria entre causa y efecto. Pero si aplicamos el
criterio de verdad de Hume, observamos que no hay ninguna impresión de esta
idea de conexión necesaria. De los
fenómenos sucesivos, uno de los cuales es causa del otro, sólo percibimos la
sucesión de ambos, pero no percibimos la conexión
necesaria. Por ejemplo, lo que nosotros percibimos es el fuego por una
parte, y por otra que los objetos situados junto al fuego se calientan, pero
nunca hemos observado que haya una conexión necesaria entre estos dos hechos.
La conexión entre ellos es algo que suponemos, pero que no podemos comprobar.
No existe ninguna impresión de la que pueda derivarse la idea de conexión
necesaria.
La
idea de conexión necesaria al no provenir de una impresión, no es una idea
verdadera. Esto significa que nunca
vamos a saber lo que va a ocurrir en el futuro. Del futuro no podemos tener
certeza, sino solo creencia y suposición. Todos creemos que si ponemos algo
sobre el fuego se calentará. Sabemos esto por el hábito o costumbre de observar
como siempre que ocurre lo primero, ocurre lo segundo, es decir, el hábito se forma al observar repetidamente
la sucesión de dos fenómenos, pero que entre ambos exista una conexión
necesaria es una suposición no verificable. .
LA
CRÍTICA A LA IDEA DE SUSTANCIA: yo, Dios y mundo.
Hemos visto que, según Hume, todo
nuestro conocimiento se reduce a impresiones e ideas; nuestro entendimiento al
conocer está completamente limitado por o las impresiones, de tal modo
que nos impide abordar cuestiones puramente abstractas; y entre las más
abstractas está el problema de la sustancia. La sustancia es un concepto
fundamental para la filosofía tradicional desde Aristóteles. Sin embargo, a
dicho concepto no le corresponde ninguna
impresión.
H. no hace ninguna concesión, como
otros empiristas menos coherentes (Locke, Berkeley): a nuestra idea de sustancia: de Yo, de Mundo, de Dios no corresponde
impresión alguna. La palabra "sustancia" sólo designa un conjunto
de percepciones particulares unidas por la imaginación; por tanto, el concepto
clave de la metafísica carece de valor. Ningún argumento filosófico puede
demostrar su existencia. En la práctica, piensa H., esto no es realmente grave
pues para vivir bastará con creer en su existencia.
El
mundo
Locke justificaba la existencia del
mundo distinta de la mente diciendo que la realidad extramental es la causa de
nuestras impresiones.
H. no puede aceptar esta afirmación,
porque la realidad no es una impresión más, sino que está más allá de las
impresiones. Yo lo único que puedo
afirmar es que "tengo una impresión", pero no puedo afirmar que a mi
impresión corresponda una realidad exterior. La realidad está más allá de
las impresiones. Si la afirmo, estoy deduciendo una cosa de la cual yo no tengo
impresión alguna. Por tanto, lo único que podemos afirmar con rotundidad es que
tenemos impresiones, pero no podemos conocer más allá de éstas. Sobre la existencia de los cuerpos en el
mundo exterior, por tanto, lo más adecuado, ya que no podemos conocer con rigor
su existencia, será suponer su existencia. Para saber si las
impresiones que tengo referidas al mundo exterior se parecen a los objetos
externos deberían presentarnos al mismo tiempo los originales (mundo exterior)
y las copias (impresiones que tengo del mundo exterior), lo cual es
inconcebible. Al ver la montaña en el horizonte podemos suponer que existe no
sólo en nuestras impresiones pero, en sentido estricto, sólo podemos suponer su
existencia. Afirmarla, sería ir más allá de nuestras impresiones, que son
el límite del conocimiento humano. No podemos concebir cómo son los cuerpos con independencia de
nuestras impresiones. Todo lo que
conocemos está en nuestra mente, ¿cómo podemos saber lo que hay fuera de ella?
Sólo podemos suponerlo. Tal suposición es suficiente para vivir. La
imposibilidad para conocer la existencia del mundo exterior no conlleva su
negación, sino la creencia en éste auspiciada por la constancia y coherencia de
las impresiones que tengo de éste.
Dios.
H. no niega la existencia de Dios,
pero sí la posibilidad de demostración de su existencia. Las razones para
oponerse a dicha posibilidad son dos:
1)
La idea que tenemos de Dios es la de una sustancia infinita con todas las
perfecciones. Ahora bien, si aplicamos el criterio de validez de Hume, nos
tenemos que preguntar de qué impresión puede derivar esta idea de perfección
infinita. Según H. es evidente que, siendo
nuestras impresiones puntuales y concretas, resulta difícil que podamos tener
una impresión de infinito, ya que ella misma habría de ser asimismo infinita.
Por lo tanto, la idea de sustancia infinitamente perfecta se queda sin
impresión que la legitime, y hay que concluir que no existe ningún tipo de
conocimiento de Dios. 2) Tradicionalmente se ha intentado
demostrar la existencia de Dios fundamentándose en el principio de causalidad,
por ejemplo, la Vía de la Causalidad de Tomás de Aquino. Los acontecimientos en
la naturaleza han sido concebidos como efectos de una Causa Primera, que es
Dios. Pero en dicho argumento descubre H. dos puntos falaces: primero, ninguna
percepción tenemos de la naturaleza y mucho menos de su orden de
funcionamiento; y segundo, carece de
valor aplicar el principio de causalidad más allá de nuestras impresiones
y como Dios no es objeto de impresión alguna, es imposible demostrar su
existencia.
Ahora bien, si la existencia de un mundo distinto de nuestras impresiones y la
existencia de Dios no son racionalmente justificables, ¿de dónde vienen
nuestras impresiones? Hume responderá sencillamente que no lo sabemos ni
podemos saberlo: pretender contestar esta pregunta es querer ir más
allá de nuestras impresiones y eso es imposible en el ámbito del
conocimiento. En religión es agnóstico.
El
yo.
Tanto Descartes como Locke habían
afirmado la realidad del "yo"
como sustancia. Su existencia se intuye con evidencia. En el propio acto de
pensar, de querer, de amar,... se capta de manera indudable el propio yo. Ahora
bien, esto no es así para H. Este pensador sigue fiel a sus principios
epistemológicos: todos nuestros contenidos cognoscitivos se reducen a
impresiones e ideas; por tanto, la cuestión será: ¿tenemos alguna impresión o
alguna idea de nuestra identidad personal, de nuestro yo? No. Luego el yo resulta imposible de conocer. El yo no
es ninguna impresión sino aquello que se supone como sujeto desde el que tienen
lugar nuestras impresiones.
Nuestras impresiones no son
constantes, sino variables, sin embargo, tendemos a pensar que el yo, la
identidad personal es algo constante. Pero, sin embargo, una impresión sucede a
otra: siento dolor, después siento tristeza, después alegría,...Nunca existen
todas al mismo tiempo, sino que se suceden. Por tanto, no hay una impresión
constante y permanente. Sin embargo, nuestra identidad personal debería ser
permanente. En consecuencia, no existe el yo como sustancia distinta de las
impresiones. El yo viene a ser como un
conjunto de impresiones e ideas en perpetuo flujo y movimiento que imaginamos
unidas entre sí.
La cuestión, entonces es: ¿Cómo podemos explicar la conciencia que
tenemos todos de nuestra propia identidad? Por ejemplo, yo soy el mismo que
esta mañana estaba en casa, que ahora estoy en clase, etc. H. lo explica con la memoria: gracias a ella conocemos la conexión
existente entre las diferentes impresiones que se suceden; el error consiste en
que confundimos sucesión con identidad.
H. termina comparando al yo con un
teatro en el que las distintas percepciones (los distintos actores) se suceden
unos a otros, entran, salen y se mueven de mil maneras diferentes, pero con la
peculiaridad de que no sabemos exactamente en qué lugar se representa, es
decir, sin escenario.
Esta
concepción del yo es coherente con sus principios radicales sobre el
conocimiento, pero el propio H. se dio cuenta de que su explicación no es
plenamente satisfactoria, lo que le llevó a una actitud resignadamente escéptica.
(2) Tema:
la experiencia como origen del conocimiento
A
diferencia del racionalismo, que afirmaba que la razón era la fuente del
conocimiento, el empirismo tomará la experiencia como la fuente y el límite de
nuestros conocimientos. Ello supondrá la crítica del innatismo, es decir, la
negación de que existan "ideas" o contenidos mentales que no procedan
de la experiencia. Cuando nacemos la mente es una "tabula rasa" en la
que no hay nada impreso. Todos sus contenidos dependen, pues, de la
experiencia. En el caso de Hume, la experiencia está constituida por un conjunto
de impresiones, cuya causa desconocemos y, estrictamente hablando, no debe
identificarse con "el mundo", con "las cosas".
Por
otra parte, el empirismo no es sólo una actitud respecto al origen del
conocimiento; es también una toma de posición frente a los límites de éste. En
efecto, para el empirismo el
conocimiento humano, que empieza inevitablemente por la experiencia, no debe
nunca rebasar los límites de ésta, pues sólo en ella se encuentra el
fundamento de su validez. En la experiencia está el fundamento y la raíz de
todo. No sólo la ciencia, también la ética, el derecho y hasta la religión se
verán forzados, violentados para constreñirse a los límites propios de la
experiencia sensible.
Para el empirismo, la experiencia es sinónimo de
percepción (o mejor, del cúmulo de percepciones), tanto de la percepción
externa como de la percepción interna.
La percepción externa nos permite el
conocimiento del mundo exterior y la percepción interna el conocimiento de
nuestra propia vida psíquica. Así pues, las dos tesis características del
empirismo son:
·
la experiencia es el origen de nuestro conocimiento;
·
la experiencia es también su límite.
Los elementos básicos que forman el
conocimiento humano son las sensaciones pues nuestro conocimiento comienza
con la experiencia, es decir, sólo
podremos conocer aquello que se muestre en nuestra experiencia, no lo que esté
más allá de ella.
Todos los empiristas aceptaron la primera
tesis citada más arriba: no existe en nuestra mente un conocimiento del mundo
anterior al trato o experiencia que tenemos de él, la mente es como un papel
en blanco; de este modo negaron el innatismo en el conocimiento (lo
contrario precisamente del racionalismo).
En cuanto a la segunda tesis, o afirmación de
que nada que no se ofrezca en la experiencia puede ser conocido, las posiciones
de los empiristas de esta época fueron distintas: Locke aceptó la posibilidad
de alcanzar realidades que están más allá de la experiencia, tanto las
relativas al alma y Dios como las relativas a la existencia del mundo material.
Berkeley consideró posible el conocimiento de las substancias espirituales,
pero negó la existencia del mundo material. Hume fue el filósofo más coherente
al mostrar que si aceptamos el valor de la experiencia como criterio de verdad
y llevamos hasta el final esta tesis, sólo podemos creer que existen
nuestras propias percepciones, por lo que debemos negar la posibilidad
de conocer el mundo físico, Dios y el alma humana, y concluir en un punto de
vista claramente fenomenista.
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