jueves, 27 de marzo de 2014

Cuestionario básico Nietzsche. Fase I. Comprensión y síntesis de ideas.

CUESTIONARIO sobre NIETZSCHE (Comprensión y adquisición de los elementos básicos del pensamiento de Nietzsche)

CON RESPECTO A LA CONTEXTUALIZACIÓN

1. Cita el nombre del capítulo objeto de comentario y la obra a la que pertenece.

El fragmento pertenece al capítulo “La razón en la filosofía”, del libro El crepúsculo de los ídolos.

2.  ¿En qué fecha se publicó el citado libro?

3. ¿En qué fase de la filosofía de Nietzsche se podría encuadrar?

4. ¿Cuál es la característica más importante de dicha fase?

5. Cita otras obras del autor pertenecientes a la mencionada fase.

6. ¿Cuál es el objetivo de Nietzsche?

CON RESPECTO A LAS NOCIONES y TEMAS

1. Enuncia la primera idiosincrasia de los fílósofos.

Nietzsche sostiene que la primera idiosincrasia de la filosofía tradicional es la siguiente: “lo que deviene no es, lo que es no deviene”.

2. Enuncia la segunda idiosincrasia de los filósofos (Superior-inferior/anterior-posterior)

3. Enuncia la tercera idiosincrasia de los filósofos (fetichismo del lenguaje).

4. ¿Qué significa la expresión nietzscheana: “Dios ha muerto”

5.  Define brevemente el término “vitalismo”.

6. ¿Qué representan Dionisos y Apolo en la filosofía de Nietzsche?

7. ¿Cómo define Nietzsche al “superhombre”?

8. ¿Cómo define la “moral antinatural” de la tradición occidental?

9. ¿Cómo define la “moral natural?

10. ¿Qué es el ateísmo humanista?

11. ¿Cómo define el ateísmo nihilista?

 


lunes, 24 de marzo de 2014

Tema: Nietzsche y el vitalismo



Tema: El vitalismo de Nietzsche

El término “vitalismo” es poco preciso pues con él nos referimos a teorías filosóficas muy distintas, con el único elemento común de reivindicar la vida como una realidad singular que no puede ser entendida en términos ajenos a ella. Aunque algunos autores señalan la presencia de teorías vitalistas anteriores al siglo XIX, es más común situar estas doctrinas en la segunda mitad de ese siglo y primeras décadas del XX. Centrándonos en este período, podemos establecer dos grandes líneas del vitalismo:

1)  El vitalismo en la ciencia: el triunfo de las ciencias naturales, a partir de la Edad Moderna, supuso el del paradigma mecanicista, en el que los fenómenos vitales podían ser explicados en términos materiales; el punto de vista mecanicista dominante sugería que podemos entender a los seres vivos a partir de la comprensión de los fenómenos fisico-químicos y que la vida no representa un nivel de realidad cualitativamente distinto de la realidad inorgánica. Frente a este punto de vista, algunos biólogos creyeron que existe una diferencia esencial entre los seres orgánicos y los no orgánicos y que los primeros no pueden ser reducidos a los segundos. Estos científicos adoptaron un enfoque teleológico y postularon la existencia de un principio propio en los seres vivos, principio responsable de su comportamiento finalista y de las distintas actividades vitales, por lo que consideraron que los fenómenos vitales no pueden explicarse mediante las leyes de la física y la química. Este principio irreductible a términos mecánicos y fisico-químicos recibió distintos nombres: “fuerza vital” (Claude Bernard, 1813-1878), “fuerza dominante” (Johannes Reinke, 1849-1931), “entelequia” (Hans Driesch, 1867- 1941).

2) El vitalismo en la filosofía: en la segunda mitad del siglo XIX y primera del XX encontramos importantes filósofos que desarrollan toda su filosofía a partir de la reflexión relativa a la vida. Dentro de esta línea del vitalismo se suelen distinguir también diversas corrientes en función de su concepto de vida. Es habitual señalar al menos dos formas de entender la vida: la vida en el sentido biológico y la vida en el sentido biográfico e histórico:
  • la vida en el sentido biológico: este concepto subraya el papel del cuerpo, los instintos, lo irracional, la naturaleza, la fuerza y la lucha por la subsistencia. El vitalismo de Nietzsche se incluye en este grupo;
  • la vida en el sentido biográfico e histórico: pero también podemos referirnos a la vida como conjunto de experiencias humanas dadas en el tiempo, tanto en su dimensión personal o biográfico como en su dimensión social o histórica. La filosofía de Ortega y Gasset se incluye en este grupo. Ortega utilizará las categorías de la vida entendida de este modo (vivencia, teoría de las generaciones, perspectiva) para el desarrollo de su filosofía.
      El vitalismo en filosofía se presenta como una doctrina contraria al racionalismo. Los conceptos más importantes alrededor de los que gira la filosofía vitalista son: temporalidad, historia, vivencia, instintos, irracionalidad, corporeidad, subjetividad, perspectiva, valor de lo individual, cambio, enfermedad, muerte, finitud. Se puede entender la totalidad de la filosofía de Nietzsche como el intento más radical de hacer de la vida lo Absoluto. La vida no tiene un fundamento exterior a ella, tiene valor en sí misma. Y la vida entendida fundamentalmente en su dimensión biológica, instintiva, irracional. La vida como creación y destrucción, como ámbito de la alegría y el dolor. Por esta razón, Nietzsche creyó posible medir el valor de la metafísica, la teoría del conocimiento y la ética a partir de su oposición o afirmación respecto de la vida.
Uno de los conceptos básicos del vitalismo nietzscheano es el de “voluntad de poder” o principio básico a partir del cual se desarrollan todos los seres. Nietzsche cree que en todas las cosas encontramos un afán por la existencia, desde el mundo inorgánico hasta el mundo humano, pasando por todos los distintos niveles de seres vivos. Todas las cosas son expresión de un fondo primordial que  pugna por existir y por existir siendo más. Como categoría metafísica, la voluntad de poder sustituye a la noción tradicional de ser. A partir de esta categoría, Nietzsche nos ofrece una ontología que tendría las siguientes características:
  • irracionalidad: la razón es sólo una dimensión de la realidad, pero no la más verdadera ni la más profunda; y ello tanto en el sentido de que en el hombre la razón no tiene –ni debe tener– la última palabra, puesto que siempre está al servicio de otras instancias más básicas como los instintos o la mera eficacia en el control de la realidad (es decir su mera utilidad, que no su verdad), como en el sentido de que el mundo mismo no es racional: nosotros lo creemos racional, intentamos someter a un orden y a una legalidad lo que en sí mismo no es otra cosa que caos, multiplicidad, diferencia, variación y muerte;
  • inconsciencia: la fuerza primordial que determina el curso de todas las cosas no es consciente, aunque esporádica y fugazmente se manifiesta de este modo precisamente en nosotros, los seres humanos; pero incluso en este caso la consciencia no tiene carácter sustantivo, ni crea un nivel de realidad nuevo o independiente. Nietzsche considera la consciencia como algo superfluo, que perfectamente podría no darse y que de ningún modo añade mayor perfección ni realidad;
  • falta de finalidad: las distintas manifestaciones que toman las fuerzas de la vida, sus distintas modificaciones, los resultados de su actuación, no tienen ningún objetivo o fin, no buscan nada, son así pero nada hay en su interior que les marque un destino. Dado que lo que nosotros percibimos, y que todo con lo que tratamos (objetos físicos, mundo espiritual, social y cultural) es expresión de esta realidad sin sentido, Nietzsche declara con ello el carácter gratuito de la existencia.  
  • impersonalidad: es una consecuencia de las dos características anteriores (inconsciencia y ausencia de conducta final o intencional); esta fuerza no puede identificarse con un ser personal –mucho menos puede pensarse que con ella Nietzsche intenta introducir sutilmente la noción de Dios–; incluso los textos sugieren que en realidad tenemos propiamente un cúmulo de fuerzas, no una básica que supuestamente esté a la base de todas las visibles; un cúmulo de fuerzas que buscan la existencia y el ser más, compitiendo en dicho afán entre sí, enfrentándose y aniquilándose.
      Se puede justificar que estas tesis sean algo así como la “metafísica” nietzscheana, su teoría del “ser”, en la medida en que son una interpretación de lo que de modo ingenuo o habitual o naturalmente experimentamos. Si alguien nos pregunta qué vemos, le indicamos que vemos un perro, o una mesa, o una persona, pero no una fuerza o la citada voluntad de poder. Sólo si hacemos una interpretación, y precisamente una interpretación metafísica o filosófica podemos concluir como Nietzsche concluye. Nietzsche argüiría que en realidad su interpretación no es otra cosa que una reconstrucción de una experiencia originaria, alegaría que nuestras interpretaciones habituales, espontáneas, naturales, en realidad están impregnadas de teoría, son consecuencia de un peculiar modo de interpretar el mundo, el que corresponde al platonismo triun­fante en nuestra cultura a partir de la filosofía griega.
      Hay que tener mucho cuidado con la palabra “voluntad”, pues Nietzsche no está pensando en lo que habitualmente llamamos con este término. Llamamos “voluntad” a aquello que nos permite tener actos de querer, a la fuerza que descansa en nuestro interior gracias a la cual dirigimos nuestra conducta y con la que somos capaces de realizar los fines de los que somos conscientes. La tradición aristotélico-tomista la consideraba una facultad del alma, la psicología actual una capacidad de la mente. Para Nietzsche esta voluntad es una manifestación superficial de una fuerza que está más en lo profundo de nuestro ser. Su desconfianza respecto de la voluntad como capacidad psicológica le lleva incluso a desacreditarla indicando que si confiamos tanto en ella y en la libertad se debe exclusivamente a que de ese modo la moral tradicional puede introducir la idea de culpa y de pecado. Los teólogos y sacerdotes nos piden que creamos en ella para de este modo  hacernos responsables de nuestros actos y inculcar en nosotros la noción de pecado y culpa. La voluntad de poder no es la voluntad que se descubre con el conocimiento de uno mismo, que se conoce por introspección. Esta voluntad es una simplificación de un complejo juego de causas y efectos. No hay un deseo único, hay una pluralidad de instintos, pulsiones, inclinaciones diversas, que se enfrentan unas a otras; a la consciencia sólo llegan los resultados de dicho enfrentamiento, como dice Nietzsche, la voluntad como facultad psicológica “es el lejano eco de un combate ya disputado en lo profundo”. La voluntad de poder es la voluntad de existir, de ser más. Es el fondo primordial de la existencia y de la vida:

Tema 9 Legitimación del poder político

Tema 8. Filosofía y ser humano

domingo, 9 de marzo de 2014

Noción: el arte trágico y lo dionisíaco



Nociones.
El arte trágico y lo dionisíaco. (v/s la filosofía racionalista)

Texto en el que se inspira directamente esta noción
Cuarta tesis. Dividir el mundo en un mundo "verdadero" y en un mundo aparente", ya sea al modo del cristianismo, ya sea al modo de Kant (en última instancia, un cristiano alevoso), es únicamente una sugestión de la decadence, -un síntoma de la vida descendente... El hecho de que el artista estime más a la apariencia que la realidad no constituye una objeción contra esta tesis. Pues a la "apariencia" significa aquí la realidad una vez más, sólo que seleccionada, reforzada, corregida... El artista trágico no es un pesimista, ‑dice precisamente sí incluso a todo lo problemático y terrible, es dionisíaco...”.
Desarrollo de la noción

Para los antiguos griegos, Dionisio era una divinidad protectora de la vida y símbolo del placer (fiestas y vino), el dolor y la resurrección, es el inspirador de la locura ritual y el éxtasis. Es el dios de la agricultura y el teatro. Fue él quien enseñó a los hombres a cultivar la vid y a fabricar el vino. Moría cada invierno y resucitaba en la primavera y con él renacían también los frutos de la tierra. Para celebrar su resurrección se organizaban grandes fiestas con rituales orgiásticos. Contrastaba con Apolo, dios del sol, que simbolizaba la armonía, el orden y la razón. Sin embargo, los griegos pensaban que las cualidades de los dos eran complementarias: los dos dioses son hermanos.

Aristóteles sostenía que la tragedia griega se desarrolló a partir del ditirambo, himnos corales en honor al dios Dionisio al que no solamente alababan, sino que a menudo contaban una historia. Se cree que fue creada en el siglo VI a.C. por el poeta ateniense Esquilo, que introdujo el papel de un segundo actor, aparte del coro. Las obras se comenzaron a representar en festivales en honor de Dionisio. El festival más importante, las Grandes Dionisíacas, tenía lugar en Atenas durante cinco días de cada primavera. Para esta celebración los grandes dramaturgos griegos Esquilo, Sófocles y Eurípides escribieron sus magníficas tragedias. Las historias están basadas en su mayoría en mitos.

La tragedia es una historia en la que personajes nobles se enfrentan a conflictos provocados por pasiones humanas que desembocan en un desenlace fatal. Según Nietzsche la tragedia se basa en un desbordante sentimiento de vida y de fuerza, dentro del cual el mismo dolor actúa como estimulante. Se abandona la individualidad, se acepta el destino, con lo que se adquiere la sensación de la plenitud de la vida. Es la vida regocijándose al sacrificar a sus tipos más altos, no para purificarse, sino para afirmar el eterno placer del cambio.
Nietzsche pone en evidencia el contraste entre dos elementos principales de la tragedia: por un lado lo dionisiaco (la pasión que experimenta el personaje) y por otro lo apolíneo (la sabiduría y la justicia que es el elemento racional simbolizado por el dios Apolo). Contraste que es la base de la némesis, el castigo divino que determina la caída o la muerte del personaje.
Los griegos sabían que la vida era terrible, inexplicable y peligrosa, pero no se entregaban al pesimismo. Podían eludirlo de dos formas:
Cubriendo la realidad con un velo estético creando un mundo ideal de proporción y de belleza. Esta es el arte apolíneo, que en la
Grecia antigua se expresaba en las artes épicas y plásticas. La otra posibilidad es afirmando y abrazando la existencia con toda su oscuridad y sufrimiento. Ésta es la actitud dionisíaca y sus formas artísticas peculiares son la tragedia y la música.
Para Nietzsche la cultura griega entró en crisis cuando Eurípides intentó eliminar de la tragedia el elemento dionisíaco en favor de elementos morales, eliminando para ello el coro. La clara luminosidad de la vida se transformó en la superficialidad de la razón cuyo máximo representante es Sócrates. Toda la filosofía posterior, resumida en las tres idiosincrasias: Ser frente a Devenir, Superior e Inferior y fetichismo del lenguaje, es la expresión de esta crisis. La respuesta de Nietzsche apostará por una filosofía vitalista del devenir y una inversión de los valores presidida por el nihilismo y el superhombre.

Noción: los sentidos y el cuerpo



Nociones: los sentidos y el cuerpo
Texto
"Tiene que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es: ¿dónde se esconde el engañador? ‑"Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja: deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie], de la mentira, ‑la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira. Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de la humanidad: todo él es "pueblo". ¡Ser filósofo, ser momia, representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! ‑ ¡Y sobre todo, fuera el cuerpo, esa lamentable "idéefixe" [idea fija] de los sentidos!, ¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso imposible, aun cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera real!..." 
Desarrollo de la noción
La dicotomía ontológica (mundo verdadero/mundo aparente) genera una dicotomía epistemológica (razón/sentidos) y moral (moral contranatural/moral natural). Frente a la opción tradicional definida por la línea: mundo verdadero, razón, moral contranatural (cristiana), Nietzsche plantea la línea vitalista: mundo aparente (único mundo existente), sentidos (cuerpo) y moral natural, basada en el cuerpo y los instintos. El único mundo, sometido al devenir, es vitalmente accesible a través de los sentidos, del cuerpo. La tarea del superhombre es, precisamente, la transmutación de todos los valores, es decir, la construcción de una nueva moral. Este no es, desde luego, la raza aria, ni la bestia rubia de los nazis, ni una especie de supermán americano: no es el hombre actual superdimensionado, sino aquel capaz de sumergirse en el fondo dionisíaco de las cosas, en la multiplicidad y en el devenir. Es aquel capaz de soportar, sin enloquecer, la muerte de Dios. No está claro si es una esperanza, algo por venir, o una realidad que existe de forma oculta y que sólo espera el momento idóneo para manifestarse.

Nietzsche propugna, pues, una alternativa a la moral tradicional, una transmutación de todos los valores. La referencia ya no será el alma o la razón, sino el cuerpo, lo sensorial, la vida sometida a la multiplicidad de formas y al cambio. Los sentidos no nos engañan como había sostenido la filosofía tradicional. La moral tradicional cristiana, una moral de la resignación y de desprecio del cuerpo, una moral de esclavos, del rebaño, debe ser sustituida por una moral natural aristocrática basada en la voluntad de poder y no de sometimiento.

Así, a la noción de culpa opone la de inocencia. Frente a los conceptos de arrepentimiento y perdón, opone el olvido. Contra la compasión, defiende la necesidad de dureza y de crueldad inclemente con los parásitos, con aquellos que no aman y que, sin embargo, viven del amor. Frente a la moral plebeya de la igualdad, predica una moral aristocrática de la diferencia, basada en la distancia infinita y eterna que existe entre hombre y hombre; esta es una moral natural, y no contranatural ; una moral de la pasión, y no de la razón ; una moral de verdaderos individuos, y no del rebaño ; una moral de señores, y no de esclavos, una moral jerárquica, y no niveladora ; una moral, en definitiva, que no es sino la autodisciplina de una voluntad poderosa orientada a la creación de nuevos valores.
           
Nietzsche afronta el tema de la moral desde el punto de vista del psicólogo que sospecha y recela que tras los grandes valores se encuentra siempre la bajeza. De esta forma la conciencia moral no sería sino la interiorización del instinto de crueldad; en el ascetismo ve la única salida que le queda al degenerado que es incapaz de imponerse a sí mismo equilibrio y degeneración; en las virtudes ve defectos y vicios encubiertos, el refinamiento de bajas inclinaciones y malas pasiones: la generosidad no es más que vanidad, la gratitud es servilismo, la lealtad y la fidelidad no son más que pereza, la humildad es orgullo refinado, etc. La moral cristiana expresa el odio mortal a la vida, la impotente voluntad de poder de los débiles, el resentimiento de los enfermos, la rebelión de los esclavos y, en definitiva, el espíritu de venganza de los fracasados contra lo sin individuos que son grandes, fuertes, nobles y triunfantes. Este movimiento contranatural y diabólico comienza con el judaísmo y alcanza su plenitud con el cristianismo, que es una moral de esclavos, una religión no del amor sino del odio, del odio a la vida.