Nociones: los sentidos y el cuerpo
Texto
"Tiene
que haber una ilusión, un engaño en el hecho de que no percibamos lo que es:
¿dónde se esconde el engañador? ‑"Lo tenemos, gritan dichosos, ¡es la
sensibilidad! Estos sentidos, que también en otros aspectos son tan
inmorales, nos engañan acerca del mundo verdadero. Moraleja:
deshacerse del engaño de los sentidos, del devenir, de la historia [Historie],
de la mentira, ‑la historia no es más que fe en los sentidos, fe en la mentira.
Moraleja: decir no a todo lo que otorga fe a los sentidos, a todo el resto de
la humanidad: todo él es "pueblo". ¡Ser filósofo, ser momia,
representar el monótono-teísmo con una mímica de sepulturero! ‑ ¡Y sobre todo,
fuera el cuerpo, esa lamentable "idéefixe" [idea fija] de los sentidos!,
¡sujeto a todos los errores de la lógica que existen, refutado, incluso
imposible, aun cuando es lo bastante insolente para comportarse como si fuera
real!..."
Desarrollo de la noción
La dicotomía ontológica (mundo verdadero/mundo aparente) genera una
dicotomía epistemológica (razón/sentidos) y moral (moral contranatural/moral
natural). Frente a la opción tradicional definida por la línea: mundo
verdadero, razón, moral contranatural (cristiana), Nietzsche plantea la línea
vitalista: mundo aparente (único mundo existente), sentidos (cuerpo) y moral
natural, basada en el cuerpo y los instintos. El único mundo, sometido al
devenir, es vitalmente accesible a través de los sentidos, del cuerpo. La tarea
del superhombre es, precisamente, la transmutación de todos los valores, es
decir, la construcción de una nueva moral. Este no es, desde luego, la raza aria, ni la bestia rubia de los nazis,
ni una especie de supermán americano: no es el hombre actual superdimensionado,
sino aquel capaz de sumergirse en el fondo dionisíaco de las cosas, en la
multiplicidad y en el devenir. Es aquel capaz de soportar, sin enloquecer, la
muerte de Dios. No está claro si es una esperanza, algo por venir, o una
realidad que existe de forma oculta y que sólo espera el momento idóneo para
manifestarse.
Nietzsche propugna, pues, una alternativa a la moral tradicional, una
transmutación de todos los valores. La referencia ya no será el alma o la
razón, sino el cuerpo, lo sensorial, la vida sometida a la multiplicidad de
formas y al cambio. Los sentidos no nos engañan como había sostenido la
filosofía tradicional. La moral tradicional cristiana, una moral de la
resignación y de desprecio del cuerpo, una moral de esclavos, del rebaño, debe
ser sustituida por una moral natural aristocrática basada en la voluntad de
poder y no de sometimiento.
Así, a la noción de culpa opone la de inocencia. Frente a los conceptos de
arrepentimiento y perdón, opone el olvido. Contra la compasión, defiende la
necesidad de dureza y de crueldad inclemente con los parásitos, con aquellos
que no aman y que, sin embargo, viven del amor. Frente a la moral plebeya de la
igualdad, predica una moral aristocrática de la diferencia, basada en la
distancia infinita y eterna que existe entre hombre y hombre; esta es una moral
natural, y no contranatural ; una moral de la pasión, y no de la
razón ; una moral de verdaderos individuos, y no del rebaño ; una
moral de señores, y no de esclavos, una moral jerárquica, y no
niveladora ; una moral, en definitiva, que no es sino la autodisciplina de
una voluntad poderosa orientada a la creación de nuevos valores.
Nietzsche afronta el tema de la moral desde el punto de vista del psicólogo
que sospecha y recela que tras los grandes valores se encuentra siempre la
bajeza. De esta forma la conciencia moral no sería sino la interiorización del
instinto de crueldad; en el ascetismo ve la única salida que le queda al
degenerado que es incapaz de imponerse a sí mismo equilibrio y degeneración; en
las virtudes ve defectos y vicios encubiertos, el refinamiento de bajas
inclinaciones y malas pasiones: la generosidad no es más que vanidad, la
gratitud es servilismo, la lealtad y la fidelidad no son más que pereza, la
humildad es orgullo refinado, etc. La moral cristiana expresa el odio mortal a la
vida, la impotente voluntad de poder de los débiles, el resentimiento de los
enfermos, la rebelión de los esclavos y, en definitiva, el espíritu de venganza
de los fracasados contra lo sin individuos que son grandes, fuertes, nobles y
triunfantes. Este movimiento contranatural y diabólico comienza con el judaísmo
y alcanza su plenitud con el cristianismo, que es una moral de esclavos, una
religión no del amor sino del odio, del odio a la vida.
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