TEXTO
DESCARTES, Discurso del
método, cuarta parte (trad. E. Bello Reguera, Madrid, Tecnos, 1994, pp.
44-52).
“No sé si debo entreteneros con las primeras
meditaciones que allí he hecho, pues son tan metafísicas y tan fuera de lo
común que tal vez no sean del gusto de todos. Sin embargo, con el fin de que se
pueda apreciar si los fundamentos que he establecido son bastante firmes, me
veo en cierto modo obligado a hablar de ellas. Desde hace mucho tiempo había
observado que, en lo que se refiere a las costumbres, es a veces necesario
seguir opiniones que tenemos por muy inciertas como si fueran indudables, según
se ha dicho anteriormente; pero, dado que en ese momento sólo pensaba dedicarme
a la investigación de la verdad, pensé que era preciso que hiciera lo contrario
y rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la
menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto, no quedaba en mi creencia
algo que fuera enteramente indudable. Así, puesto que nuestros sentidos nos
engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna que fuera tal
como nos la hacen imaginar. Y como existen hombres que se equivocan al razonar,
incluso en las más sencillas cuestiones de geometría, y cometen paralogismos,
juzgando que estaba expuesto a equivocarme como cualquier otro, rechacé como
falsos todos los razonamientos que había tomado antes por demostraciones. Y, en
fin, considerando que los mismos pensamientos que tenemos estando despiertos
pueden venirnos también cuando dormimos, sin que en tal estado haya alguno que
sea verdadero, decidí fingir que todas las cosas que hasta entonces habían
entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis sueños.
Pero, inmediatamente después, advertí que, mientras quería pensar de ese modo
que todo es falso, era absolutamente necesario que yo, que lo pensaba, fuera
alguna cosa. Y observando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan
firme y tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los
escépticos no eran capaces de socavarla, juzgué que podía admitirla como el
primer principio de la filosofía que buscaba.
Al examinar, después, atentamente lo
que yo era, y viendo que podía fingir que no tenía cuerpo y que no había mundo
ni lugar alguno en el que me encontrase, pero que no podía fingir por ello que
yo no existía, sino que, al contrario, del hecho mismo de pensar en dudar de la
verdad de otras cosas se seguían muy evidente y ciertamente que yo era;
mientras que, con sólo haber dejado de pensar, aunque todo lo demás que alguna
vez había imaginado existiera realmente, no tenía ninguna razón para creer que
yo existiese, conocí por ello que yo era una sustancia cuya esencia o
naturaleza no es sino pensar, y que, para existir, no necesita de lugar alguno
ni depende de cosa alguna material. De manera que este yo, es decir, el alma
por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso más
fácil de conocer que él y, aunque el cuerpo no existiese, el alma no dejaría de
ser todo lo que es.
Después de esto, examiné lo que en
general se requiere para que una proposición sea verdadera y cierta; pues, ya
que acababa de descubrir una que sabía que lo era, pensé que debía saber
también en qué consiste esa certeza. Y habiendo observado que no hay
absolutamente nada en pienso, luego soy que me asegure que digo la
verdad, a no ser que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué
que podía admitir esta regla general: las cosas que concebimos muy clara y
distintamente son todas verdaderas; si bien sólo hay alguna dificultad en
identificar exactamente cuáles son las que concebimos distintamente.
Reflexionando, a continuación, sobre
el hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi ser no era enteramente
perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en conocer que en
dudar, se me ocurrió indagar de qué modo había llegado a pensar en algo más
perfecto que yo; y conocí con evidencia que debía ser a partir de alguna
naturaleza que, efectivamente, fuese más perfecta. Por lo que se refiere a los
pensamientos que tenía de algunas otras cosas exteriores a mí, como el cielo,
la tierra, la luz, el calor, y otras mil, no me preocupaba tanto por saber de
dónde procedían, porque, no observando en tales pensamientos nada que me
pareciera hacerlos superiores a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era
por ser dependientes de mi naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección;
y si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había
en mí imperfección. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de un ser más
perfecto que el mío; pues, que procediese de la nada era algo manifiestamente
imposible; y puesto que no es menos contradictorio pensar que lo más perfecto
sea consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que pensar que de
la nada provenga algo, tampoco tal idea podía proceder de mí mismo. De manera
que sólo quedaba la posibilidad de que hubiera sido puesta en mí por una
naturaleza que fuera realmente más perfecta que la mía y que poseyera, incluso,
todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, esto es, para
decirlo en una palabra, que fuera Dios (...)
Quise
buscar, después, otras verdades y, habiéndome propuesto el objeto de los
geómetras, que concebía como un cuerpo continuo o un espacio indefinidamente
extenso en longitud, anchura y altura o profundidad, divisible en
diversas partes, que podían tener diferentes figuras y tamaños, y ser movidas o
trasladadas de todas las maneras posibles, pues los geómetras suponen todo esto
en su objeto, repasé algunas de sus más simples demostraciones. Y habiendo
advertido que la gran certeza que todo el mundo les atribuye sólo está fundada
en que se las concibe con evidencia, siguiendo la regla antes formulada,
advertí también que no había en ellas absolutamente nada que me asegurase la
existencia de su objeto. Porque, por ejemplo, veía bien que, si suponemos un
triángulo, sus tres ángulos tienen que ser necesariamente iguales a dos rectos,
pero en tal evidencia no apreciaba nada que me asegurase que haya existido
triángulo alguno en el mundo. Al contrario, volviendo a examinar la idea que
tenía de un ser perfecto, encontraba que la existencia estaba comprendida en
ella del mismo modo que en la de un triángulo está comprendido el que sus tres
ángulos son iguales a dos rectos, o en la de una esfera, el que todas sus
partes equidistan de su centro, e incluso con mayor evidencia; y, en
consecuencia, es al menos tan cierto que Dios, que es ese ser perfecto, es o
existe, como puede serlo cualquier demostración de la geometría”.
TEXTO EXPLICACIÓN
1. No sé (…) con el fin de
que se pueda apreciar si los
fundamentos que he establecido son bastante firmes, (…)
2.pero, dado que en ese
momento sólo pensaba dedicarme a la investigación de la verdad, pensé que era preciso que
hiciera lo contrario y rechazara como absolutamente falso todo aquello en lo
que pudiera imaginar la menor duda, con el fin de comprobar si, hecho esto,
no quedaba en mi creencia algo que fuera enteramente indudable.
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PROYECTO FILOSÓFICO:
ANTROPOCENTRISMO HUMANISTA.
Descartes
busca hallar un nuevo centro de gravedad en donde este edificio en ruinas que
es el conocimiento humano se apoye. He aquí el momento crucial en el que se
produce un nuevo giro en la historia de la Filosofía: el punto de
apoyo será la conciencia, el yo, el sujeto.
EL CONCEPTO DE “DUDA
METÓDICA”
La regla de la evidencia
exige comenzar por el ejercicio de la duda misma. Conviene hacer las
siguientes precisiones en relación a la noción cartesiana de la duda:
a) Es epistemológica, metódica y no escéptica. Descartes
entra en la duda para no caer en el error, pero siempre con la intención de
salir de ahí mediante una certeza. La duda cartesiana, pues, no es tanto un
punto de llegada, resultado del cansancio intelectual, como en el
escepticismo, como un punto de partida para encontrar después una certeza,
una verdad indudable desde la que anularla.
b) No es afirmación ni negación, sino suspensión del
juicio ante la posibilidad de error; es crítica. Es una precaución que se
toma. La antigüedad tenía, por así decirlo, miedo a la ignorancia, el hombre
moderno se pregunta si los conocimientos que se han ido acumulando desde la
antigüedad, no serán, en el fondo, sino errores. Por eso, no tiene miedo a la
ignorancia y sí a algo peor: al error, al engaño. Y justamente para no errar
es por lo que entra en la duda.
c)
En Descartes la duda es el resultado de la aplicación de la primera de las
reglas del método, la de la evidencia.
d) El fundamento de la duda es la libertad humana. Así,
si podemos dudar de algo es porque, en último término, somos libres frente a
ese algo. Toda duda, constituye un acto de libertad.
e)
La duda expresa la finitud, la limitación e imperfección del conocer y del
ser humanos. En efecto, un ser perfecto no duda.
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OBSERVACIONES
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TEXTO EXPLICACIÓN
1. Así, puesto que nuestros
sentidos nos engañan algunas veces, quise suponer que no había cosa alguna
que fuera tal como nos la hacen imaginar. Y como existen hombres que
se equivocan al razonar, incluso en las más sencillas cuestiones de
geometría, y cometen paralogismos, juzgando que estaba expuesto a equivocarme
como cualquier otro, rechacé como falsos todos los razonamientos que había
tomado antes por demostraciones. 2. Y, en fin, considerando que los mismos pensamientos que
tenemos estando despiertos pueden venirnos también cuando dormimos, sin que
en tal estado haya alguno que sea verdadero, decidí fingir que todas las cosas que hasta entonces
habían entrado en mi espíritu no eran más verdaderas que las ilusiones de mis
sueños.
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1. La hipótesis de la falacidad de
los sentidos ( Las ilusiones de los sentidos)
Los
sentidos a menudo nos conducen a error y como es prudente no confiar en
aquellos que alguna vez nos han engañado: ¿por qué habríamos de creer
en la información que ellos nos suministran? Efectivamente, si alguien falta
a su palabra más de una vez, sería necio confiar en él: la única actitud
prudente sería desconfiar de su palabra. En consecuencia, el conocimiento
sensorial puede ser puesto en duda o, al
menos, es posible afirmar que no es seguro que no nos engañen;
por lo tanto, según el plan de la "duda metódica" de dar por falso
todo lo dudoso, la información aportada por los sentidos debe ser rechazada.
Este nivel de la duda metódica se presenta como una crítica al realismo
epistemológico medieval que se sustentaba sobre la base de la máxima tomista:
nada hay en el entendimiento que no haya pasado antes por los sentidos.
2. La hipótesis onírica o la
imposibilidad de distinguir el sueño de la vigilia.
Segundo
nivel de duda: mientras duermo y sueño las cosas se me presentan como reales;
si permanezco en vigilia las casas también se me presentan como absolutamente
reales. Entonces, ¿cómo saber, con absoluta certeza, si lo que ahora veo,
oigo, etc., es real o producto del sueño? Aquello sobre lo cual recae la duda
es sobre la existencia del mundo exterior. La hipótesis onírica representa la
crítica cartesiana a la ontología realista medieval que afirmaba la
existencia de un mundo exterior al sujeto cognoscente.
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OBSERVACIONES.-
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Tercer nivel de la duda: la hipótesis del genio maligno. Según esta
hipótesis, Descartes se pregunta si no habrá un genio tan astuto como
poderoso, que ha puesto todo su empeño en engañarnos; que estamos en el
error, incluso cuando contamos y decimos que son cuatro los lados de un
cuadrado y tres los de un triángulo. El famoso genio maligno de Descartes es
una posibilidad, no una realidad; una hipótesis no una tesis; un artificio,
un experimento mental para contrarrestar la inercia del sentido común y
probar la fuerza de cada verdad. Significa que tal vez nuestro entendimiento
está constituido de tal manera que se haya condenado a errar siempre, como si
se tratara de una máquina defectuosa produce objetos todos ellos defectuosos.
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DESARROLLO:REGLAS EXPLICACIÓN
1. En Descartes la duda es el resultado de la
aplicación de la primera de las reglas del método, la de la evidencia.
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¿QUÉ ES EL MÉTODO? ¿CUÁLES
SON SUS REGLAS?
Definición.- Unas reglas ciertas y fáciles,
gracias a las cuales todos lo que las observen exactamente no tomarán nunca
por verdadero lo que es falso, y alcanzarán sin fatigarse con esfuerzos
inútiles sino acrecentando progresivamente su saber, el conocimiento
verdadero de todo aquello de que sean capaces” (Reglas, 4).
El método permite: a. Evitar el error, b. Es
un ars inveniendi, es decir, una forma de conocimiento propia del
descubrimiento y la investigación.
2. Todas las reglas del método se resuelven
en estas cuatro:
a. Regla de la evidencia.- “No
admitir como verdadero cosa alguna sin conocer con evidencia que lo era”.
b. Regla del análisis.- “Dividir cada
de las dificultades que examinamos en tantas partes como fuese posible, y cuantas
requiriese su mejor solución”.
c. Regla de la síntesis. “Conducir
ordenamente mis pensamientos, comenzando por los objetos más simples y más
fáciles de conocer, para ir ascendiendo poco a poco, como por grados, hasta
el conocimiento de los más compuestos, y suponiendo un orden aun entre
aquellos que no se preceden naturalmente unos a otros”
d. Regla de la enumeración o
comprobaciones. “Hacer en todo momento enumeraciones tan completas, y
revisiones tan generales, que estuviera seguro de no olvidar nada.”
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OBSERVACIONES
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COGITO EXPLICACIÓN
1. Pero, inmediatamente después, advertí que,
mientras quería pensar de ese modo que todo es falso, era absolutamente
necesario que yo, que lo pensaba, fuera alguna cosa. Y observando que esta
verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas
las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de socavarla,
juzgué que podía admitirla como
el primer principio de la filosofía que buscaba.
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Momento constructivo:
EL Cogito
Descartes está sumido en la más
profunda duda, pero he aquí que advierte que hay una evidencia más cierta y
segura que la evidencia de las mismas verdades matemáticas, una certeza
acerca de la cual nadie podría hacerle dudar. Esta certeza indudable es la
evidencia de su propia existencia. En efecto, puedo dudar de todo lo que
quiera, pero no puedo dudar de que existo mientras dudo. Así, si dudo, si me
engaño, si sueño, por lo menos existo, aunque sea como algo que duda, se engaña
o sueña. Para pensar, para dudar, se
necesita ser, existir. Por tanto, mi conciencia implica existencia. En
consecuencia, existo como una "cosa que piensa". Descartes expresa
esa verdad con la famosa fórmula "pienso, luego existo", que no
debe ser malinterpretada, pues en ella no encontramos conclusión alguna de
ningún razonamiento, sino la intuición de una evidencia. Esta fórmula tiene
la virtud y el privilegio de conectar, inmediatamente, el acto de pensar o de
dudar, con la certeza de la existencia como contenido necesario de ese acto.
Hace surgir, a partir del movimiento mismo del pensamiento y de la duda, y en
un instante, el ser y la certidumbre: de ahí la fuerza irresistible de su
evidencia.
EL COGITO: Sus dimensiones, las reglas. Siguiendo el modelo matemático hay que
partir de un primer axioma cuya verdad sea evidente. Este principio es el
cogito. Podemos distinguir varios tres
aspectos del significado del primer principio:
a.
Antropológico.El primer principio de la filosofía cartesiana se refiere al
hombre. Con ello, formula Descartes el antropomorfismo que caracterizará a la
modernidad frente al teocentrismo medieval. La subjetividad aparece como el
fundamento del conocimiento y de la moral.
b.
Metodológico. El cogito se constituye como el punto de partida de un sistema
deductivo.
c.
Ontológico. Se presenta resuelto en
res cogitans, “una cosa que piensa”.
d.
Epistemológico. Es criterio de certeza
y fuente de donde emanan los principios de todas las demás ciencias. Es la
evidencia misma, modelo de cualquier otra.
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OBSERVACIONES
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Res cogitans EXPLICACIÓN
1. Al
examinar, después, atentamente lo que yo era, y viendo que podía fingir que
no tenía cuerpo y que no había mundo ni lugar alguno en el que me encontrase,
pero que no podía fingir por ello que yo no existía, sino que, al contrario,
del hecho mismo de pensar en dudar de la verdad de otras cosas se seguían muy
evidente y ciertamente que yo era; mientras que, con sólo haber dejado de
pensar, aunque todo lo demás que alguna vez había imaginado existiera
realmente, no tenía ninguna razón para creer que yo existiese, conocí por ello que yo era una
sustancia cuya esencia o naturaleza no es sino pensar, y que, para existir,
no necesita de lugar alguno ni depende de cosa alguna material. De
manera que este yo, es decir, el alma por la cual soy lo que soy, es enteramente distinta del cuerpo e incluso más
fácil de conocer que él y, aunque el cuerpo no existiese, el alma no dejaría de ser todo lo que
es.
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La dimensión ontológica
del cogito. El dualismo antropológico. Las tres sustancias: res cogitans, res
extensa y res infinita.
El yo (Res
cogitans). En
efecto, todavía en la cuarta parte del Discurso, después de aceptar la
evidencia del "cogito" como el «primer principio de la filosofía que andaba buscando», Descartes
prosigue su análisis examinando qué es el yo que se descubre en el "cogito":
«conocí que yo era una sustancia cuya
esencia y naturaleza toda es pensar, y que no necesita para ser de lugar
alguno, ni depende de cosa alguna material». El mundo, el propio cuerpo,
están aún sometidos a la duda: no sabemos aún con seguridad nada de ellos. En
cuanto al yo, queda reducido a razón, a pensamiento, de tal forma que tal vez
«si cesase por completo de pensar, cesara
al propio tiempo por completo de existir». El yo es pensamiento puro, es
una "res cogitans", una
sustancia pensante. Y de momento no podemos saber nada más acerca del hombre:
la existencia del alma se vuelve más evidente, más fácil de conocer que la del
cuerpo.
El mundo (Res
extensa). Ya no nos queda más que demostrar o deducir la
existencia del mundo material, del cual, de momento, aún hay que dudar. La
esencia de las cosas materiales no puede ser otra que la extensión
geométrica. En efecto, las cualidades sensibles son oscuras y confusas, en
tanto que la extensión la concebimos «muy
clara y distintamente». Así, podemos imaginar la extensión sin cualidades
sensibles, pero no podemos pensar estas cualidades sin la extensión. La
realidad externa queda caracterizada como "res extensa", y,
en consecuencia, la física reducida a geometría.
Dimensión antropológica
del cogito: el ser humano se estructura en dos principios
irreductibles entre sí, uno de naturaleza espiritual (res cogitans) y otro de
naturaleza material (res extensa).
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OBSERVACIONES
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Criterio de certeza EXPLICACIÓN
1. Después de esto, examiné lo que en general se requiere para que
una proposición sea verdadera y cierta; pues, ya que acababa de
descubrir una que sabía que lo era, pensé que debía saber también en qué consiste esa certeza.
Y habiendo observado que no hay absolutamente nada en pienso, luego soy que me asegure que digo la verdad, a no ser
que veo muy claramente que para pensar es preciso ser, juzgué que podía admitir
esta regla general: las
cosas que concebimos muy clara y distintamente son todas verdaderas;
si bien sólo hay alguna dificultad en identificar exactamente cuáles son las
que concebimos distintamente.
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El criterio de certeza
De
la formulación del cogito deduce Descartes el criterio de certeza que está
íntimamente ligado a las nociones de intuición y evidencia. ¿Cuándo sabemos
que hemos intuido una idea? Cuando es clara y distinta. Conocer con claridad
una idea es conocerla separada de todas las demás. Conocer con distinción una
idea es conocer diferencialmente cada uno de sus componentes, propiedades y
atributos.
En este sentido, el cogito es el modelo de toda verdad
por la claridad y distinción con que es captado, es la evidencia misma, es,
en definitiva, en su vertiente gnoseológica, el criterio de certeza mismo.
Descartes analiza su primera certeza para descubrir las notas
distintivas que le servirán de criterio para identificar otras afirmaciones
verdaderas. La afirmación “Pienso, existo” se presenta a la
conciencia con "claridad" y "distinción". Por lo tanto,
serán aceptadas como verdaderas aquellas ideas que sean claras
(ciertamente presentes a la conciencia) y distintas (no confundidas
con otras ideas).
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OBSERVACIONES
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El planteamiento
del problema a partir de la formulación del cogito. EL SOLIPSISMO.
Ahora
comienzan los problemas de la filosofía cartesiana. Porque sobre esa certeza,
que tenía que funcionar como primera piedra del edificio de la filosofía, no se
puede edificar nada. La evidencia de la propia existencia resulta un callejón
sin salida, que no conduce a ninguna parte. De este axioma evidente no cabe
deducir teorema alguno. En su círculo de certeza, el pensamiento, el sujeto
pensante, se
garantiza a sí mismo como algo real, pero
desde ahí no puede fundamentar o deducir nada. Tal es la soledad o cierre
absoluto de la conciencia: a ella le resulta imposible aventurar juicio alguno
en relación con otra cosa que no sea su propia existencia. Así, el hipotético
genio maligno sólo ha sido neutralizado en parte; pues, aunque no puede
engañarnos respecto a nuestra propia existencia, sí puede hacerlo con relación
a cualquier otra cosa que caiga fuera del circuito de certeza del yo: ¡y son
todas, excepto el yo¡.
Cuatro
son los temas que se convierten en problema al no quedar garantizados por la
evidencia de la propia existencia. Estos cuatro problemas son: el problema de
la existencia del propio cuerpo, el problema de la existencia de los otros, el
problema de la existencia del mundo y el problema de la validez de las verdades
matemáticas.
La
solución del problema
Sólo le queda a Descartes una vía si quiere seguir avanzando en su
proyecto inicial: el análisis de su propia existencia en cuanto ser pensante,
es decir el análisis de lo que es, pensamiento, y del fruto de la actividad de
eso que es, las ideas. El problema es enorme, ya que a Descartes no le queda
más remedio que deducir la existencia de cualquier otra realidad a partir de la
existencia del pensamiento. Así lo exige el ideal deductivo: puesto que la
primera verdad, el primer axioma, el fundamento del criterio de certeza:
claridad y distinción, es el "yo pienso", de él han de extraerse
todos nuestros conocimientos, incluido, por supuesto, el conocimiento de que
hay realidades extramentales.
Antes
de seguir adelante con la deducción es necesario detenernos con Descartes para
hacer inventario de los elementos con que contamos para llevarla a cabo. Así,
vemos que contamos con dos elementos: el pensamiento y las ideas que piensa el
yo.
La expresión "pensamiento" en
Descartes tiene una significación muy amplia: nombra cualquier actividad de la
mente o de la conciencia, tanto intelectual como volitiva o afectiva. En este
sentido, Descartes, puede dividir los pensamientos en ideas, por una parte, y
sentimientos, actos de la voluntad y juicios por otra. Las ideas son los hechos
de conciencia más simples: son como imágenes que representan cosas; los actos
de voluntad y los juicios resultan más complejos, pues, en ellos algún tipo de
acción acompaña siempre la mera representación de las cosas.
Las
ideas pueden ser estudiadas desde distintos puntos de vista:
l.-
según su evidencia.
En
este caso las ideas se presentan o bien claras u oscuras ya distintas o
confusas. En este sentido las ideas no son verdadera ni falsas, propiedad que
sólo caracteriza a los juicios. La claridad y la distinción de las ideas
constituye en Descartes, el criterio general de verdad, es decir, la norma para
identificar o reconocer la verdad como tal. Se formula así: todo lo que veo con
claridad y distinción es verdadero. Semejante regla tiene su origen en el
cogito del siguiente modo: si esa verdad particular es clara y distinta
entonces cabe sostener, con carácter general, que todo lo que sea claro y
distinto resultará verdadero. Este criterio garantiza que a toda verdad
subjetiva corresponde siempre una verdad objetiva. La función de la regla
consiste en asegurar la conformidad de las ideas con las cosas, en adecuar la
el pensamiento a la realidad. Ahora bien, aunque es racional ya que justifica
la correspondencia entre el pensamiento y la realidad, no es absoluto, siempre
podremos dudar, es decir, cabe la posibilidad de que sea objetivamente falsa
una idea concebida clara y distintamente por el empeño de un genio maligno.
En
general, Descartes identifica las ideas claras con los conceptos matemáticos y
con nociones básicas de la filosofía, como la noción de sustancia: una realidad
que existe por sí misma independiente de cualquier otra.
2.
Según su origen.
Desde
el punto de vista de su origen o procedencia, Descartes divide las ideas en
innatas, adventicias y facticias. Las ideas innatas parecen provenir de la
propia naturaleza del sujeto; las adventicias son ideas de cosas que parecen
existir fuera del sujeto; y las facticias de ficciones o invenciones del
sujeto. Descartes como buen racionalista sólo valora las ideas innatas,
coinciden con las claras y distintas y son la base del conocimiento.
Así,
critica el valor de las ideas adventicias, poniendo en duda que procedan
realmente de cosas exteriores al sujeto, o, al menos, que mantengan una
relación de semejanza esas cosas. En efecto las ideas adventicias se apoyan en
dos razones:
a)
Parece "natural" que haya cosas fuera del sujeto.
b)
Estas ideas no dependen de la voluntad del sujeto;
luego, son producidas en él por cosas extrañas
a él.
3.
Según el grado de realidad objetiva que representan.
Pero,
cabe, por último, otra clasificación de las ideas. Las ideas (aunque todas
resulten iguales en cuanto actos de pensamiento) desde el punto de vista del
contenido, de la mayor o menor realidad objetiva que representan, pueden
dividirse o jerarquizarse según su grado de perfección. Así, la idea de
sustancia tiene más realidad objetiva que la idea de accidente; y la idea de
una sustancia infinita tiene más realidad objetiva que la de una finita. (Para
entender este planteamiento de Descartes, pongamos el siguiente ejemplo: aunque
todos los números son, por igual, productos de la mente, es posible ordenarlos
en una serie según la mayor o menor cantidad que objetivamente representan).
Esta distinción será empleada por Descartes como premisa del argumento que
intenta demostrar la existencia de Dios.
Demostración de la existencia de Dios. EXPLICACIÓN
Reflexionando, a continuación, sobre el
hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi ser no era enteramente
perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en conocer que en
dudar, se me ocurrió
indagar de qué modo había llegado a pensar en algo más perfecto que yo;
y conocí con evidencia que
debía ser a partir de alguna naturaleza que, efectivamente, fuese más
perfecta. Por lo que se refiere a los pensamientos que tenía de algunas
otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor, y
otras mil, no me preocupaba tanto por saber de dónde procedían, porque, no
observando en tales pensamientos nada que me pareciera hacerlos superiores
a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era por ser dependientes de mi
naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección; y si no lo eran, que
procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había en mí
imperfección. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de un ser más
perfecto que el mío; pues, que procediese de la nada era algo manifiestamente
imposible; y puesto que no es menos contradictorio pensar que lo más perfecto
sea consecuencia y esté en dependencia de lo menos perfecto, que pensar que
de la nada provenga algo, tampoco tal idea podía proceder de mí mismo. De
manera que sólo quedaba
la posibilidad de que hubiera sido puesta en mí por una naturaleza que fuera
realmente más perfecta que la mía y que poseyera, incluso, todas las
perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, esto es, para decirlo
en una palabra, que fuera Dios.
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Descartes demuestra la existencia de Dios a partir
de la idea de Dios, como sucede en el argumento ontológico de San Anselmo.
Sin embargo, Descartes introduce una novedad en la demostración, al combinar
la idea de Dios con el principio de causalidad, es decir, al considerar la
idea de Dios, no en sí misma, sino en relación causal con nuestra finitud.
En
rigor, Descartes no se pregunta directamente si existe Dios, sólo se pregunta
si existe algo más que uno mismo: se trata, pues, de saber si, entre las
ideas que hallo en mi, hay alguna que, de verdad, me remita a una cosa fuera
de mí. Por ideas está entendiendo aquí, de acuerdo con la última
clasificación, las ideas jerarquizadas según su grado de perfección, según la
mayor o menor realidad objetiva que representan.
Pues
bien, a juicio de Descartes, y ésta es una de las mayores innovaciones de su
pensamiento, el principio de causalidad, según el cual, todo efecto ha de
tener una causa proporcionada a la realidad del efecto, puede y debe
aplicarse a las ideas. Así, a la realidad objetiva o representada de las
ideas debe corresponder, como causa, una realidad efectiva; adecuada a la
perfección que representan. Quede claro: aplicar el principio de causalidad a
las ideas, significa considerarlas como efectos que exigen una causa en
consonancia con la realidad objetiva que encierran.
De
esta forma, el problema se concreta: se trata, ahora, de encontrar en el
sujeto una idea tal que, por vía causal, le lleve a alguna realidad efectiva
exterior a él. Para poder resolver el problema mencionado hay que dar un
pequeño rodeo que se concreta en una táctica o estrategia de eliminación de
todas aquellas ideas cuya causa pueda ser el sujeto pensante.
Enumera,
Descartes, seis especies de ideas: la idea del yo, la idea de Dios, ideas que
representan cosas corporales o inanimadas, ideas de ángeles, ideas de
animales e ideas de hombres. Acerca de las ideas de animales, hombre y
ángeles, Descartes muestra, sin dificultad que puede tener sus causa en los
contenidos del propio cogito, es decir, éstas no me obligan a extrapolar
fuera del yo una causa explicativa de las mismas. Estas ideas se formarían
por la mezcla y composición de ideas previas. Estas ideas quedan excluidas
porque, al explicarse por mí, no pueden servir, obviamente, para salir del
cogito, es decir, para demostrar que existe algo más que el yo. En cuanto a
las ideas de las cosas corporales, elaboradas a partir de los sentidos, mal
pueden llevar al sujeto a una cosa exterior, porque son ideas oscuras y
confusas y porque perfectamente pueden haber sido elaboradas por el yo a
partir del conocimiento que tiene de ser él mismo una sustancia.
Solo
queda por exclusión la idea de Dios. Entonces se impone reconocer que la idea
de Dios en mí (la idea de un ser infinito, perfecto), tomada como efecto que
exige una causa adecuada a la realidad objetiva que representa, no puede
proceder de mí, dada mi infinitud y mi imperfección (sería una absurda desproporción)
y tiene que provenir de Dios mismo: con lo cual queda probada la existencia
de Dios.
He
aquí, pues, los tres pasos de la demostración:
-primera
premisa: tengo en mí la idea de un ser infinito.
-segunda
premisa: yo soy finito.
-conclusión:
existe Dios como ser verdaderamente infinito,
que ha puesto esa idea en mí, como su sello o
huella.
Hasta
donde llega el texto a comentar, Descartes reconoce posibles objeciones a su
demostración: la idea de infinito sería una idea negativa, compuesta y
derivada, que resultaría de la mera negación lógica de lo finito. Lo
infinito, pues, como in-finito.
Según
Descartes, la idea de infinito es positiva y simple, anterior a la de lo
finito, pues es la segunda la que se forma a partir de lo primera. Es además
clara y distinta, tiene más realidad objetiva que ninguna otra y, por tanto,
es la más verdadera y la que menos se presta a la duda y a la falsedad.
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OBSERVACIONES
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Dios: la garantía. EXPLICACIÓN
Ahora bien, después de que el conocimiento
de Dios y del alma nos ha probado así la certeza de aquella regla, es muy
fácil conocer que los sueños que imaginamos cuando dormimos, no deben
hacernos dudar de la verdad de los pensamientos que tenemos cuando estamos
despiertos. Pues, si ocurriera que, incluso mientras dormimos, tuviéramos
alguna idea muy distinta como, por ejemplo, que un geómetra inventase alguna
nueva demostración, su sueño no impediría que fuese verdadera. Y en cuanto al
error más común de nuestros sueños, que consiste en representarnos diversos
objetos del mismo modo que lo hacemos mediante los sentidos externos, importa
poco que nos dé ocasión para desconfiar de la verdad de tales ideas, ya que
éstas también pueden engañarnos con bastante frecuencia aunque no estemos dormidos:
como cuando los que tienen la ictericia lo ven todo de color amarillo, o
cuando los astros u otros cuerpos muy alejados nos parecen mucho más pequeños
de los que son. Pues, en fin, ya estemos despiertos o ya estemos dormidos, no
debemos dejarnos persuadir nunca si no es por la evidencia de nuestra
razón. Y se ha de subrayar que digo por nuestra razón, y no por nuestra
imaginación ni por nuestros sentidos (…) despiertos que en los que tenemos
mientras soñamos.
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Bondad y veracidad de Dios.-
Una vez demostrada la existencia
de Dios, Descartes razonará así: Dios existe, y Dios es bueno, por tanto,
veraz. Por consiguiente, no puede engañarnos permitiendo que nosotros
creamos, como creemos, que existe el mundo, los demás, nuestro propio cuerpo,
y que dos más dos suman cuatro; luego, no hay razón alguna para considerar la
posibilidad de un genio maligno empeñado en engañarnos, ya que Dios, en su
bondad, no consentiría esto.
Dios, garantía de certeza.-
Imprimiendo este giro espectacular
a su pensamiento, Descartes se instala en esta certeza desde la cual puede
garantizar la realidad del mundo y la objetividad de las evidencias
matemáticas. En este sentido, la existencia de Dios funciona, extrañamente,
como una certeza de la certeza, o una garantía de la garantía; pero tiene que
ser así, en la medida en que la verdad "yo existo" sólo se
garantiza a sí misma.
Error inevitable y error evitable.-
Ahora bien, es un hecho que el
hombre se equivoca. Entonces, ¿cómo conciliar tal hecho con la opinión de Descartes,
según la cual Dios no puede permitir que nos engañemos?. Se impone una
aclaración. El Dios de Descartes sólo garantiza que no podemos equivocarnos
de derecho, es decir, de manera inevitable. Con Dios se disipan las dudas de
aquellos que alguna vez se han preguntado, como Descartes, si su razón no
estará hecha de tal modo que cuando piensan, siempre, sistemática y
fatalmente se equivocan. Pues bien, Descartes nos dice que podemos estar
tranquilos al respecto, que Dios jamás permitiría eso. Pero Dios, sí permite,
naturalmente, que nos equivoquemos de hecho, es decir, de manera, evitable.
Sin embargo, esas equivocaciones no son imputables a Dios, sino al hombre,
cuando, llevado de su impaciencia o de sus prejuicios, se pone a juzgar las
cosas partiendo de ideas oscuras y confusas. Dios, pues, no es responsable de
nuestros errores.
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OBSERVACIONES
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