lunes, 19 de diciembre de 2011

Descartes step by step 10. La demostración de la existencia de Dios

Demostración de la existencia de Dios. EXPLICACIÓN

Reflexionando, a continuación, sobre el hecho de que yo dudaba y que, por lo tanto, mi ser no era enteramente perfecto, pues veía con claridad que había mayor perfección en conocer que en dudar, se me ocurrió indagar de qué modo había llegado a pensar en algo más perfecto que yo; y conocí con evidencia que debía ser a partir de alguna naturaleza que, efectivamente, fuese más perfecta. Por lo que se refiere a los pensamientos que tenía de algunas otras cosas exteriores a mí, como el cielo, la tierra, la luz, el calor, y otras mil, no me preocupaba tanto por saber de dónde procedían, porque, no observando en tales pen­samientos nada que me pareciera hacerlos supe­riores a mí, podía pensar que, si eran verdaderos, era por ser dependientes de mi naturaleza en tanto que dotada de cierta perfección; y si no lo eran, que procedían de la nada, es decir, que los tenía porque había en mí imperfección. Pero no podía suceder lo mismo con la idea de un ser más perfecto que el mío; pues, que procediese de la nada era algo manifiestamente imposible; y puesto que no es menos contradictorio pensar que lo más perfecto sea consecuencia y esté en depen­dencia de lo menos perfecto, que pensar que de la nada provenga algo, tampoco tal idea podía pro­ceder de mí mismo. De manera que sólo quedaba la posibilidad de que hubiera sido puesta en mí por una naturaleza que fuera realmente más per­fecta que la mía y que poseyera, incluso, todas las perfecciones de las que yo pudiera tener alguna idea, esto es, para decirlo en una palabra, que fuera Dios.

Descartes demuestra la existencia de Dios a partir de la idea de Dios, como sucede en el argumento ontológico de San Anselmo. Sin embargo, Descartes introduce una novedad en la demostración, al combinar la idea de Dios con el principio de causalidad, es decir, al considerar la idea de Dios, no en sí misma, sino en relación causal con nuestra finitud.

En rigor, Descartes no se pregunta directamente si existe Dios, sólo se pregunta si existe algo más que uno mismo: se trata, pues, de saber si, entre las ideas que hallo en mi, hay alguna que, de verdad, me remita a una cosa fuera de mí. Por ideas está entendiendo aquí, de acuerdo con la última clasificación, las ideas jerarquizadas según su grado de perfección, según la mayor o menor realidad objetiva que representan.

Pues bien, a juicio de Descartes, y ésta es una de las mayores innovaciones de su pensamiento, el principio de causalidad, según el cual, todo efecto ha de tener una causa proporcionada a la realidad del efecto, puede y debe aplicarse a las ideas. Así, a la realidad objetiva o representada de las ideas debe corresponder, como causa, una realidad efectiva; adecuada a la perfección que representan. Quede claro: aplicar el principio de causalidad a las ideas, significa considerarlas como efectos que exigen una causa en consonancia con la realidad objetiva que encierran.

De esta forma, el problema se concreta: se trata, ahora, de encontrar en el sujeto una idea tal que, por vía causal, le lleve a alguna realidad efectiva exterior a él. Para poder resolver el problema mencionado hay que dar un pequeño rodeo que se concreta en una táctica o estrategia de eliminación de todas aquellas ideas cuya causa pueda ser el sujeto pensante.

Enumera, Descartes, seis especies de ideas: la idea del yo, la idea de Dios, ideas que representan cosas corporales o inanimadas, ideas de ángeles, ideas de animales e ideas de hombres. Acerca de las ideas de animales, hombre y ángeles, Descartes muestra, sin dificultad que puede tener sus causa en los contenidos del propio cogito, es decir, éstas no me obligan a extrapolar fuera del yo una causa explicativa de las mismas. Estas ideas se formarían por la mezcla y composición de ideas previas. Estas ideas quedan excluidas porque, al explicarse por mí, no pueden servir, obviamente, para salir del cogito, es decir, para demostrar que existe algo más que el yo. En cuanto a las ideas de las cosas corporales, elaboradas a partir de los sentidos, mal pueden llevar al sujeto a una cosa exterior, porque son ideas oscuras y confusas y porque perfectamente pueden haber sido elaboradas por el yo a partir del conocimiento que tiene de ser él mismo una sustancia.

Solo queda por exclusión la idea de Dios. Entonces se impone reconocer que la idea de Dios en mí (la idea de un ser infinito, perfecto), tomada como efecto que exige una causa adecuada a la realidad objetiva que representa, no puede proceder de mí, dada mi infinitud y mi imperfección (sería una absurda desproporción) y tiene que provenir de Dios mismo: con lo cual queda probada la existencia de Dios.

He aquí, pues, los tres pasos de la demostración:

-primera premisa: tengo en mí la idea de un ser infinito.

-segunda premisa: yo soy finito.

-conclusión: existe Dios como ser verdaderamente infinito,

que ha puesto esa idea en mí, como su sello o huella.

Hasta donde llega el texto a comentar, Descartes reconoce posibles objeciones a su demostración: la idea de infinito sería una idea negativa, compuesta y derivada, que resultaría de la mera negación lógica de lo finito. Lo infinito, pues, como in-finito.

Según Descartes, la idea de infinito es positiva y simple, anterior a la de lo finito, pues es la segunda la que se forma a partir de lo primera. Es además clara y distinta, tiene más realidad objetiva que ninguna otra y, por tanto, es la más verdadera y la que menos se presta a la duda y a la falsedad.

OBSERVACIONES








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